martes, 31 de mayo de 2011

Humo ajeno … ¡ solavaya!

Cuando me inicié en el giro periodístico, hace cerca de un cuarto de siglo, lo hice en el Departamento de Corrección, reducidísimo espacio climatizado en el cual todos mis compañeros, y algunos de otras áreas, fumaban.

Además del desagradable olor a humo nicotínico, mis pulmones empezaron a “recordar” trastornos respiratorios de mocedad y lógicamente acudí al policlínico para llevarme una de las mayores sorpresas de mi vida.

Una cosa llevó a la otra, del examen respiratorio, pasamos al electrocardiograma y un ceño preocupado del médico me puso en guardia.

-Mi amigo debe dejar el vicio, usted fuma demasiado.

-¡Imposible! solo fumé una vez a los nueve años y jamás he vuelto a hacerlo.

-Entonces es un fumador pasivo, defienda su salud, hermano.


De más está decir que me convertí en un vocero de las palabras del facultativo y junto a la comprensión de mis colegas desterramos el apestoso humo del local cerrado.

Hoy cuando la campaña mundial por el Día sin fumar se remite precisamente a proscribir de nuestras vidas el humo ajeno, mi experiencia es un ejemplo de cuanto pude hacerse en tal sentido.

Como ente concientizador de los irresponsables que arrojan ese veneno sobre nuestros rostros y cuerpos bien vale la pena rememorar la historia de un bebedor que increpaba a un porfiado fumador.

Compadre, ¡no me eches encima el humo: ese es tu residuo!... yo bebo cerveza… ¿te gustaría que eliminara el mío sobre ti?

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