lunes, 13 de diciembre de 2010

Anitica

Era de esas maestras de antaño sumamente autoritarias, pero con un gran corazón bajo la severa coraza de todos los días.

Mestiza, menuda, pulcra... armada con su regla Amansaguapo no había hombrón con retraso escolar que desafiara su autoridad; si por un desliz cualquiera había que afontar a la maestra nadie lo hacía sino con los ojos bajos, pues casi era tabú mirarla directamente tras los lentes.

El uniforme blanco azul, la corbata y monograma de la escuela priomaria José María Izaguirre (tanto el ordinario de lunes a jueves como el de gala con mangas largas de los viernes) debíamos usarlo completo, sin manquedades, impecable... quien vulneraba la ley era devuelto en el acto para su casa con una expresión tajante: “Al aula no se viene vestido de mono”.
Era el primer año de la década de los 60.

Su frase favorita después de un seco “buenas tardes” era más seca aún: “Posición correcta” ... lo mismo era orden que regaño y bien equivalía al “firme” de los militares.

Era diplomada en Pedagogía, la doctora Ana Brizuela, poseía una calificación extraordinaria, maestría inigualable y si la vi sonreír fue siempre que un alumno (las hembras estudiaban por las mañanas) respondía o disertaba brillantemente o si recibía el galardón conocido como el Beso der la Patria o si la escuela tenía resultados académicos excelentes.

Yo particularemente disfrutaba de sus lecciones de Moral y Cívica, pero ella nos proporcionaba verdaderos tratados de honradez ciudadana, familiar y social que como evangelio vivo nos impartía con fruición.

No era yo de los más aventajados en Aritmética y eso me valió varios castigos extracurriculares aunque nunca me crucé con Amansaguapo porque esa regla descomunal estaba destinada a corregir faltas más graves.

Si por imitación, ya siendo un joven, comencé a perfeccionar mi letra a partir de la del profesor Víctor Montero un hecho traumático me hizo tratar de mejorar mi caligrafía, despues de firmar en una de las listas que a cada rato pasaban por las aulas ella exclamó:¿Quién es Luis Mono?, como es lógico el silencio fue respuesta, pero aún mis compañeros de entonces me saludan con el mote.

La profe, como diríamos ahora, tenía una estrecha relación con los familiares de sus pupilos e incluso los chicos díscolos que no obedecían a sus padres eran denunciados por estos frente a todos nosotros.

Recuerdo su peculiar manera de “curar” el tabaquismo infantil: “ Si fuera hijo mío le diera un tabaco con pica-pica (planta urticante) a ver a cómo tocamos”.

De todos modos en mi cabeza dura entraron los decimales, quebrados y muchas otras operaciones matemáticas junto con el divertimento de lecturas inigualables, los viajes misteriosos por montañas, valles y océanos o zambullidos en la saga patriótica.

Pasaron los años, más de 30 y ya escribía yo en las páginas de La Demajagua que aun era diario cuando la encontré en la calle.

-!!Doctora Brizuela!!

Sus ojos octogenarios, primero extrañados y después iluminados tras los cristales ecuestres sobre la corta nariz la convidaron a abrazarme muy estrechamente, tan feliz como yo de ver mi nombre en letra impresa.

-¡¡Mijo, dime Anitica como todos!!

Y solo entonces comprendí cuanto la admiraba y la quise durante todos estos años y ya no temblé ante su nombre inmenso desde el diminutivo.

No hay comentarios :