domingo, 30 de mayo de 2010

Educar desde la persuasión

Mi padre se vinculó con el tabaco desde que salió de la adolescencia, que allá por la década de los años 30 del pasado siglo los jóvenes pobres ni siquiera sabían qué cosa era.
Después de varios años y de muchos intentos fallidos de vincularse seriamente a una actividad remunerativa, allá por 1946 el viejo, Rey le decían, apocopando el nombre Reynerio, se estableció en Bayamo para trabajar en la fábrica Moya.
Corrieron muchos más años y en 1960 fui con unos amigos al cine del barrio y compramos unos cigarritos americanos mentolados, pero no dejamos participar a un vecinito que tenía fama de lengua suelta y ese fue el error.
Cuando llegamos a las respectivas casas podían oírse los gritos por las “pelas” que los padres les propinaban a mis amigos pues el soplón no omitió ninguno de los humildes hogares.
Llegué yo al mío y el viejo que a recto y severo no había quien le ganara, me dijo “Siéntese ahí”… ya veía yo y sentía el ir i venir del viejo pero fuerte cinto de piel cruda pero la pela no llegaba.
En cambio la conversación tomó un rumbo inesperado, muy educativo, desacostumbrado en aquellas relaciones padres-madres-hijos signadas por el ordeno y mando.
Papá me habló del daño del tabaco, de la importancia de dedicar ese dinero para otros destinos, alimenticios y de distracción y entendí, no digo yo si entendí.
Mis compañeros que ya “habían sido pelados al moñito” me esperaban en la calles e indagaban si me pegaron, lo negué contento y ellos con cierta envidia enseñaban las marcas de los cintarazos.
Pero el tiro de gracia se lo dio el viejo al tabaco cuando ya rozaba yo los 16 años “no voy a fumar más para que mi hijo no vea un mal ejemplo y lo cumplió desde ese mismo día, sin ser atacado por el síndrome de abstinencia u otra reacción aparente.
¡Qué tarea tan difícil para un tabaquero rodeado todo el día de brevas, peticetros, plumillas y otras clasificaciones del tabaco torcido y que recibía además una fuma diaria consistente en cuatro o cinco tabacos de peor factura pero de igual calidad. Eso es educar con persuasión y con el ejemplo aunque el sacrificio cueste… seguí el ejemplo y hace más de 50 años que no fumo, desde aquella tarde de domingo cuando probé los cigarros mentolados, traicionamos un amigo y fuimos traicionados por él.
Más de la mitad de los vecinos que estaban en el cine Iglesias y que recibieron una tunda, todavía hoy están encadenados al vicio.

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