domingo, 18 de abril de 2010

Donde aún se siente la presencia del Che


En una umbría colina de las montañas de Buey Arriba se encuentra la casa-museo donde el Che fijara su puesto de mando para asediar al ejército batistiano en el primer cuatrimestre de 1958.
El lugar está enclavado en el sitio conocido como La Otilia y adquiere relevancia histórica, precisamente por la presencia de Ernesto Guevara en la zona. Erlinda Betancourt Álvarez, recibe al visitante desde el propio jardín cuidadosamente atendido y lo hace pasar a la casa donde se guardan objetos y uniformes pertenecientes a combatientes que interactuaron de manera directa con el Guerrillero Heroico; la limpieza y el orden característicos del inmueble convidan al silencio admirativo y a la reflexión.
Erlinda explica que el Che regresaba de una reunión que sostuvo con Fidel en el actual municipio de Bartolomé Masó.
“En esta casa vivía Arael Medina, un rico propietario, pero quien estaba al frente en ese momento era el capataz llamado Joseíto quien permite que el Che se instale aquí y permanezca aproximadamente un mes.
“Guevara establece aquí un puesto de mando; en las lomas que rodean la casa sitúa grupos de hombres y otros efectivos en la parte más llana, ya de ahí sale al combate de Severiana; después se emplaza en El Macío y más tarde marcha a otros frentes combativos.
El Che viaja del campamento de La Otilia hasta el campamento de El Jíbaro, donde a la sazón se encontraba Fidel, para una entrevista. Sus vivencias quedan plasmadas para la posteridad en su libro Pasajes de la guerra revolucionaria.
Nuestra misión, en la primera fase del período (abril – junio 1958) examinado, era mantener el frente que ocupaba la cuarta columna y que llegaba a las cercanías del poblado de Minas de Bueycito. Allí estaba Sánchez Mosquera acantonado y nuestra lucha fue de fugaces encuentros sin arriesgar por una y otra parte un combate decisivo… Nuestro campamento llegó a estar situado a unos dos kilómetros de las Minas, en un paraje denominado La Otilia, en la casa de un latifundista de la zona. Desde allí vigilábamos los movimientos de Sánchez Mosquera y día a día se entablaban curiosas escaramuzas… (237-9) Nunca he podido averiguar por qué razón Sánchez Mosquera permitió que estuviéramos
cómodamente instalados en una casa, en una zona relativamente llana y despoblada de vegetación, sin llamar a la aviación enemiga para que nos atacara… (238-2) Uno de esos días salí con un ayudante para ver a Fidel, situado a la sazón en El Jíbaro, la caminata era larga, toda la jornada prácticamente. Después de permanecer un día con Fidel, salimos al siguiente para volver a nuestro cuartel de La Otilia… Una parte de la ruta transcurría por un camino de automóviles, después se penetraba en fincas onduladas cubiertas de pastizales. (238-3)
Pero la confrontación más dura con Sánchez Mosquera se produjo en un pequeño pobladito o caserío llamado Santa Rosa. Como siempre, de madrugada avisaron que Sánchez Mosquera estaba allí y nos dirigimos rápidamente al lugar…
En la casa-museo de La Otilia y en sus alrededores la presencia del Che se hace tangible, no solo en el recuerdo y la preservación fiel del entorno, sino también en la concreción de la obra revolucionaria por la que luchó el más grande guerrillero de América.

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