martes, 23 de junio de 2009

Ramón el Gallego

Como cubanos al fin, los bayameses bautizamos como Ramón el Gallego a un españolito incansable que recorría las calles de la añeja ciudad casi a toda hora pregonando su oficio con un objeto mudo, pero contradictoriamente elocuente.

En realidad Ramón Moína Álvarez como él decía, o Moína González como reza su fe de bautismo de la parroquia de Fuentecillas de Linoz y asentado en Cangas de Narcea, era asturiano; pero los criollos no nos paramos a singularizar, para nosotros todos los hispanohablantes de la Península Ibérica, son gallegos.

Ramón debe haber nacido hace cerca de un siglo pues la fotocopia del documento de asiento solo permite leer: 2 de septiembre, no así el año que resulta ilegible.

Aunque lo veía por las calles, lo conocí en un pequeño negocio de harina de maíz de mi madre, en la calle Manuel del Socorro, en la segunda mitad de los años 50 del pasado siglo, calle que mucha gente vieja persiste en llamar Ma´Sabina aludiendo a una africana o descendiente de ellos, muy popular en la época colonial.

Pues Ramón llegaba casi todas las mañanas al filo de las 10 a comprar el producto, pero mientras esperaba la marcha lenta del molino de mano y después el cernido, desgranaba sabrosas historias de su infancia española, de sus aventuras/andanzas por la aldea y del modo que empleó para burlar la pobreza en la Madre Patria.

“Con 13 años de edad vine de polizón en un barco –decía, remarcando algo más de lo usual que sus paisanos las ces y zetas- demoré varios días y aunque me escondí bien me descubrió alguien (de buen corazón) y me permitió llegar a la ansiada Cuba pues todas las noticias decían que encontraría la prosperidad.

Narraba sus días de ultramar como aprendiz de minero y como la harina de maíz, un energético fabuloso, le permitía estar todo el día alimentado y sin echarse a perder gracias a lo frío del clima y explicaba que su preferencia por el cereal se debía precisamente a “las veces que me salvó del hambre”.

Su llegada a La Habana de entonces, a la bodega de su tío fue toda una odisea, y trabajó duramente por la comida durante un año, al término, cuando fiscalizaban las ganancias el pariente le dijo: “Ramoncillo, te has pega´o duro durante todo este tiempo… te tengo un regalo que realmente has ganado”, acto seguido el chaval abrió desmesuradamente los ojos al apreciar en toda su magnitud un par de alpargatas de 10 centavos.

Ya no quiso oír más: de ahí emprendió rumbo hacia el este de Cuba y llegó a Bayamo.

Todavía muy joven conoció a la bella mulata llamada Adelma Cortiza, de la cual se enamoró enseguida, casó y de esa unión nacieron tres hijos; Diosdado, el mayor con 70 años recuerda a su padre como un hombre muy trabajador y cariñoso que todos los atardeceres, después de un fatigoso día gastando suelas siempre “hacía” tiempo y dedicación para sus hijos y les hablaba de los abuelos Don Ramón y Doña Esperanza.

Ramón el Gallego era un personaje pintoresco de Bayamo, se dedicaba con un amigo a reparar filtros para agua y caminaba con uno al hombro cuya piedra rota resultaba muy llamativa, peo también vendía a plazos objetos diversos, sobre todo cuadros y espejos, pero no solo recorría las calles de Bayamo sino sitios rurales adyacentes como El Almirante, Julia, Mabay, Barrancas y otros cuyos vecinos constataban la pericia y paciencia del vendedor y la delicadeza de cobrador que apremiaba sin herir. Por eso todos le querían.

Ramón murió el 8 de noviembre de 1972, cargado de nietos… los bayameses que le sobrevivimos lo recordamos con nostalgia.

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