miércoles, 19 de noviembre de 2008

Despertar a un nuevo amanecer


Emblemática resulta la imagen descrita por el suizo Hans Ruesch en El país de las sombras largas: viejos esquimales abandonados en los hielos porque ya no pueden aportar alimentos a su aldea y sí consumirlos, “en detrimento” de los más jóvenes.

Desde entonces (la obra relata vivencias del autor en las blancas regiones en 1950) el mundo cambia, pero en disímiles países, por no tener en cuenta las diferencias, longevidad es sinónimo de grisura, abandono, tristeza…

En cambio, conversar con Zenaida, Noelvia, María Eugenia, Oneida o Pedro y cientos de jubilados más (varios miles en Cuba) nos lleva a una realidad de signo diametralmente opuesto: sus estudios en la cátedra universitaria del adulto mayor o integración a los círculos de abuelos los dotan de nuevo prisma para mirar la vida con mayor optimismo.

Más allá de basamentos culturales, latitudes geográficas o épocas están los contrastes de sistema social, aquí gozamos del socialismo con su fuerte carga de humanismo.

Este incluye igualdad, ausencia de discriminación, alta estima por la vida humana y tolerancia ante la diferencias que no atenten contra el propio hombre y es precisamente entre las personas más envejecidas que en nuestro país se ha manejado más ese concepto.

Las instituciones mencionadas devienen el despertar a una nueva aurora; aunque los abuelos no soslayan los achaques de la edad, la multiplicidad de tareas instructivas, agradables propicia menos “auto observación” y así pueden otear al mundo en busca de sensaciones casi inexploradas, “los huesos duelen, sí pero con el calor humano, con lo que aprendemos, molestan menos”, es criterio generalizado.

En ello incide de manera particular la socialización lograda: nuevas amistades, reencuentro con otras, visitas a lugares de interés de diversa índole, no con el aire del convidado frío sino encaminado al aprovechamiento máximo de cada itinerario.

No es lo mismo apreciar en soledad o con gente de diversos intereses una obra teatral o las reliquias de un museo que con camaradas generacionales solo diferentes de los jóvenes en arrugas o canas de más.

Compartir durante un año entero el pupitre (sean universitarios o no) o aprovechar el sol para practicar gimnasia fortalecedora de músculos y espíritu pueden incluso propiciar un amor otoñal en quien nunca lo disfrutó: la concreción de un sueño para unos, para otros retomar algo ubicado en al pasado… en sentido general integrarse a la cátedra o los círculos es vivir de nuevo con plenitud.

Sin desdeñar el papel de nuestros mayores como sostén espiritual de las familias debido a la experiencia otorgada por los almanaques, las referidas instituciones, les permiten asumir la llamada tercera edad no solo relegados a servir a los demás integrantes del núcleo hogareño sino reconocerse como individuos plenos de derechos y -por supuesto deberes- pero no encadenados a la jaba de los mandados o a llevar los nietos a la escuela.

Toda edad tiene sus encantos; la “abuelitud” puede abrir perspectivas diversas a quienes viven en Cuba: en las cátedras del adulto mayor lideradas por las sedes universitarias municipales se imparten de manera voluntaria conferencias, seminarios y clases prácticas con temas “maravillosos que, entre otras cosas, enseñan que la jubilación no es una desgracia sino una etapa en la cual hay mucho que aprender”, según la opinión de los propios estudiantes.

Cuando los círculos de abuelos son adecuadamente atendidos por el Instituto Nacional de Deportes, Educación Física y Recreación, Cultura y otras instituciones los beneficios son múltiples ¿uno de ellos?: los activistas surgidos de los propios miembros se preparan tan concienzudamente que pueden sustituir al profesor en casos extremos.

No es el calor del trópico lo que marca la diferencia con otras regiones del mundo, sino que en este archipiélago la ancianidad es comprendida como respeto y amor a todos los hombres y mujeres y a cada uno de ellos.

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