He engordado cuatro libras y seis onzas desde que el
día 26 de marzo me puse en recogimiento hogareño, en atención a mis 70 años
bien cumplidos, y como parte de un grupo vulnerable ante la pandemia que azota
al mundo.
Me protejo del coronavirus, pero a ese paso pronto
estaré obeso… ya veré que hago.
El primer día de recogimiento sentí una especie de
angustia y de cuando en cuando quieren atacarme repuntes de mal humor, pero los
domino. Debo tener calma.
¿Aburrimiento? Ni por asomo, pues por fortuna,
pertenezco a ese grupo de personas que siempre encuentran algo útil que hacer,
aunque de tan cerca venga la recomendación, como decían los viejos ante
cualquier asomo de autobombo.
Leo mucho, sobre todo noticias. Escribo mis crónicas y
comentarios. Vuelvo a leer.
Ahora agradezco mucho una mochila llena de libros de
Historia que Caridad Alina, antigua
alumna y actual compañera de trabajo de Carmen,
mi mujer, me donara hace unos meses; lo hizo porque pensó que ese legado
de su progenitor debía caer en manos de quien lo apreciara mucho y, de hecho,
lo hago.
Por cierto, estoy disfrutando un pequeño volumen
titulado La expedición de Campeche,
posterior a la epopeya del yate Granma y que mi juicio complementa varios elementos de la
lucha insurreccional contra Batista.
Su autor, el santiaguero Oscar Asensio Duque de
Heredia, además de los hitos históricos que revela durante la estancia mexicana
de emigrados revolucionarios cubanos, posee un magnífico dominio del lenguaje,
de la descripción de paisajes y caracteres y, de veras, quisiera leerlo a toda hora.
Mi mujer ha asumido una de las tareas que me gustaban y
es hacer los mandados pues en las colas, además de adquirir
productos, uno encuentra coetáneos y no contemporáneos e intercambia mucho,
pero bueno, para eso también habrá que esperar a que la pandemia ceda ante la profesionalidad
de nuestro personal de salud y la autodisciplina de cada uno.
Duermo como nunca; de madrugador he pasado a remolón y
no hay ruido (en casa llamamos Pepe o
Cuco Bulla a los transgresores del silencio), calor, ni otro agente externo que
me haga renunciar a esos celestiales 20 minutos de siesta.
Carmen y yo vemos casi todo lo que pone la televisión
cubana y, si algo me falta, bajo a casa de mi hermana, separada de la mía por
11 escalones, y completo.
Irme en los atardeceres a la azotea representa mi gusto
por los espacios abiertos, desde ahí pulso el acontecer de la calle, sigo las
peripecias de mis vecinos palomeros o cometeros, cuidando mi espacio de los
hilos enredados o de las “necesidades” de las aves.
Siempre a las nueve de la noche, aplaudo a los
trabajadores de la Salud Pública
Así, más o menos paso el tiempo, añorando el día que,
reunidos todos, pueda darles el abrazo a todos mis familiares para lo que
tendremos que enlazar las manos, pues será una caricia ancha como una ceiba.
¡Ah! Comencé hoy con cinco minutos de trote en el
lugar.
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