sábado, 23 de septiembre de 2017

“Juracanes”

Desde chico los ciclones me fascinaron, para bien o para mal.
Primero fue la alegría de los preparativos cuando veía asegurar puertas y ventanas con tablones o clavos y también  un alto tragaluz con esos materiales  y manteles de cuadros alternados en rojo o blanco… entonces ese misterio  o temor a la aventura apenas me dejaban dormir por la excitación.

Además estaban las provisiones para esa eventualidad, mis padres aseguraban dulces   de guayaba o naranja en conserva, bolas o rajas de queso blanco, algún que otro fiambre y  carne y viandas para los suculentos ajiacos que “ameritaba toda ocasión húmeda”; según mi madre.
Pero realmente de esa época no recuerdo ningún ciclón poderoso hasta llegar hasta el maldito Flora que tanto luto provocó entre parientes y amigos de esta inmensa Llanura del Cauto.
También desde 1963 en que “ese infierno llamado Flora”  (según lo bautizaran  colegas de Radio Bayamo) arrasará por aquí y que surgiera gracias a Fidel la voluntad hidráulica que permitió desde entonces salvar tantas vidas, me puse a pensar en los más desvalidos y la idea me llevó a compadecer a nuestros indocubanos, inermes ante las furias de eventos que ellos llamaran huracán o “juracán”, aporte lingüístico al castellano y que el destacado Ciro Bianchi Ross evocara hace un domingo.
 Recordaba desde entonces a nuestros aborígenes y sus creencias religiosas y sus grandes dioses  Atabex y Mabuya del bien y el mal, respectivamente (como me explicaron mis maestras de Primaria)  y me introduje mentalmente  muchas veces en las pieles de nuestros primeros habitantes.
Pero en esta temporada ciclónica lo hice más que nunca antes: ¿Cómo asimilarían la  lluvia,  o viento descomunal? como ver sus chozas destruidas?  ¿ A cuántos haría volar el torbellino?  ¿Cuantos sucumbirían a estas masacres incluso antes de que los españoles los diezmaran?
Pienso en eso y me dan escalofríos, a lo mejor serían más acusados sus rasgos étnicos entre nosotros y  no solo circunscritos a regiones  como Baracoa.
A lo mejor, de ser posible, el instinto los hiciera buscar refugio en las cuevas y túneles y al salir sorprendidos de la furia de Mabuya sucumbieran de hambre  porque los juracanes cambiaron el curso a los ríos o derribaron montañas y bosques acabando con mucha  vida silvestre, entre ellos vendaos, truchas, biajacas… me los imagino de bruces en el suelo implorando la benignidad de Atabey para que aplacara a su par maligno Mabuya.
También me da un gran estremecimiento porque ahora, como tantas veces, nuestros hermanos caribeños han sufrido como acaso lo hicieran nuestro antepasados de piel cobriza el embate de los vientos y quedarse  si nada, sin nada…
Porque no todos los países tienen un centro de pronósticos como el nuestro, ni una Defensa Civil que de veras protege a su gente junto a militares, bomberos, policías, hecho reconocido  pro autoridades políticas y meteorológicas mundiales.
No obstante, algunos obran en medio de ciclones con una imprudencia  insólita… recuerdo cuando formaba parte de equipos  periodísticos en  coberturas a eventualidades metodológicas junto a efectivos de rescate y salvamento y de las fuerzas armadas de evacuar personas de lugares peligrosos, precisamente donde el huracán Flora hizo una siniestra zafra hace 54 años, después algunos de los que ya había sido rescatados  volvieron irresponsablemente a sus hogares cuando no había cesado el peligro, justo como ahora durante el infierno Irma.

Por desgracia a algunos de los que lo hicieron, con una candidez propia de aquellos aborígenes  ahora los alcanzó la furia y categoría Cinco de un evento que debió llamarse Mabuya por su trayectoria diabólica.

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