domingo, 7 de mayo de 2017

Picardía y apariencias



Haydée vestía elegantemente, eso no admitía discusión, sus amigas se admiraban de que siempre  andaba de  ”punta en blanco” como conocí que se decía en los lejanos años de la década de los 50.*
Quizás no había secretos  porque su propia familia y la de su esposo eran lo que podía llamarse gente pudiente.
El cónyuge de Haydée no era un hombre agarrado, en un tiempo en que toda  economía era poca, aun entre las personas que disponían de recursos, era difícil encontrarse un “botarate”, pero él complacía todos los gustos de la muchacha.

Eso sí las economías se hacían puertas adentro pues nadie quería que se pensara que afrontaba dificultades.
 Haydée tenía una hermana que sin ser notoria  era toda una modista, juntas iban a una tienda de exclusividades: El Encanto y allí la costurera familiar “fotocopiaba” los caros modelos para señoras que se compraban a medida y que algunas personas después de probarlos y pagarlos se  los quedaban.
 Haydée coleccionaba etiquetas de esa tienda  y así no tenía que pagar la costosa hechura, pues  su hermana calcaba en la tela lo que su retina había captado y ya Haydee tenía un nuevo modelo de El Encanto, acto seguido le pedía el dinero al esposo y ya podía disponer de “pasta” adicional en  un timo familiar, ingenioso e “inocente”.
Pero existían personas que protagonizaban hechos de esa o  similar índole,   solo por aparentar, en mi barrio pobre de San Juan a esas gentes se les llamaba echadoras  no sé si de mentiras,  de apariencias o ambas inclusive.
Se debía que algunas familias que representaban opulencia, se reunían a puertas cerradas en horas de comidas, movían vajillas enteras y hablaban en torno al banquete, todo ficticio y solo desmontado hasta que algún ojo curioso  descubría que  las fuentes estaban vacías y lo que comían “eran tajadas de aire”.
Había quien por unos pocos centavos llegaba a una fonda y pedía un café con leche, agarraba uno de los palillos y muy orondo salía  a la calle , hurgando los restos del “bistec con papas fritas”  de entre sus dientes.
El caso más curioso lo cuenta el fotógrafo Luis Carlos Palacios, quien asevera que a una fonda de chinos de su cuadra  llego una tarde un joven muy bien trajeado, pero con el bolsillo más exprimido que una naranja, con los 10 centavos justos para una completa, un plato que  tenía un poco de todo arroz, carne, frijoles… a precio de pobre.
El hombre llamó aparte al dependiente y le dijo:”Chino, traéme una completa, pero cuando  lo anuncies, por favor hazlo callaíto”, el capitán tomó al pie de la letra la orden y a voz en cuello gritó al cocinero:
“¡Santiago, un completa callao p´al señol del tlaje!”


* Según narran las novelas de caballería y aclara muy bien Alfred López en su blog de curiosidades, el origen de esta expresión se remonta a la época medieval  y tiene una clara alusión al hecho de que los antiguos caballeros, cuando se disponían a ir a la batalla o acudían a retarse en un torneo importante, se equipaban con todos los elementos de la armadura y entre ellos llevaban el arma que utilizarían para la pelea.

Esas armas eran conocidas como ‘armas de punta en blanco’ debido a que iban bien afiladas, eran cortantes y puntiagudas y estaban realizadas de acero pulido (o bruñido) de tal modo que brillaban al sol, al contrario de las que usaban durante las prácticas y cuyas  armas carecían de punta para no dañar al contrincante (del mismo modo que se utiliza en la esgrima).

Con el paso del tiempo el término ‘arma blanca’ se siguió utilizando para todas aquellas que son cortantes y punzantes, quedando la expresión ‘ir de punta en blanco’ para referirse a la elegancia en directa alusión al equipamiento (armadura) completa que llevaban los caballeros a la hora de batallar.

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