domingo, 4 de diciembre de 2016

Respeto

Mi hermano Pedro Suárez Fiallo es un intelectual reconocido en su rama y en su barrio, donde muchas veces, lo “velan” cuando va o regresa  del trabajo para que sirva de árbitro en una de las tantas discusiones que se entablan al calor de alguna botella de ron barato o entre vendedores, que en su propia esquina tienen su mercado espontáneo y otros con el permiso de venta correspondiente.

Pedro vive en un barrio humilde, y por demás escandaloso. Allí, algunos negocios particulares tienen a veces tan  alto el volumen de sus equipos de música que  él confiesa haber odiado a Jacob for Ever desde la salida al aire de Hasta que se seque el malecón  porque el tema le salía hasta en la sopa.
En la comunidad, aunque no proliferan, hay algunos vagos,  ex convictos y gente agresiva y traviesa, pero todos sin excepción respetan “al  Profe”, como llaman a mi hermano.
Hoy domingo fui a visitarlo, pero  al llegar a su hogar, vi que cruzaba la calle  y lo esperé junto a su portal. Un hombre se incorporaba a duras penas, parecía una persona con discapacidad y le hablaba trabajosamente como si padeciera alguna enfermedad neurológica; otro individuo al lado del enfermo aguardaba expectante, poco después me dijo que  el primero era tan malo y conflictivo que su enfermedad era secuela  de una paliza que le dieron en la cárcel otros reclusos.
Cuando Pedro regresó venía serio, pero radiante: “¿Tú sabes que querían esos hombres? ¡Saber cosas nuevas acerca de Fidel!; el primero de ellos me decía que lo admiraba mucho y que incluso había llorado su muerte, y  al  saber lo que pensaba Pedro al respecto, de pronto se viró para el otro y le dijo: ¿Ves, que Fidel es de verdad el Uno, el Caballo?
El otro, de cara patibularia, varias veces encerrado por “malas costumbres”, le dijo a Pedro, “¡Oiga Profe, para mí ese es el cubano más grande que se ha conocido!
Mi amigo me invitó a pasar y me contó que anoche pasó un bicitaxista con una música reggaetonera “a toda mecha”, y esos mismos hombres, o quizás otros como ellos, le gritaron: “¡Oye,  baja esa música!” “¡No voy a bajar na´!”, dijo airado  el transportista “¡La bajas o te la bajamos! ¿Qué te parece?”

El silencio siguió presidiendo la noche.

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