domingo, 13 de noviembre de 2016

Respetar los templos

Los sitios históricos debían ser como templos, donde el silencio,  la conversación respetuosa o la admiración rindieran el homenaje particular o acompañado a las personalidades o hechos que le dieron  historicidad al espacio.
Por eso me sumo a la lucha de  entidades patrimoniales por preservarlos hasta en lugares agrestes y aplaudo la manera en que responsabilizan a   las entidades circundantes de su cuidado y conservación.
 Precisamente como me confieso amante, sin complejos, del antiquísimo barrio bayamés de San Juan, veo con tristeza como languidece un sitio céntrico justo al lado del cine 10 de Octubre el parquecito dedicado al mártir Lorenzo Véliz Rodríguez, justo donde se encontraba su hogar.
Quienes agreden ese entorno quizás no sepan  que Véliz cayó combatiendo  a las tropas de Fulgencio Batista  en el alto de la Herradura, Sierra Maestra, cuando contaba solo con 25 años de edad y por tanto merece las más elevadas muestras de respeto.

Por ejemplo es muy positivo el quehacer de los círculos de abuelos que allí se reúnen para sus ejercicios o para programar actividades que ponen en armonía la salud mental y física.
También los artistas que desde el teatro contiguo ultiman detalles, muchas veces hasta poco antes de salir a escena.
Los vendedores de productos agrícolas aportan  un toque multicolor al sitio, siempre que no dejen que sus clientes arrojen al pavimento los restos de alimentos o lo hagan ellos mismos.
A propósito, allí en la confluencia de la misma esquina de Manuel del Socorro y Capotico se forman  de cuando en cuando microvertederos que se encargan de “engordar” vecinos, comercios y la asistemática acción de Comunales.
 Inadmisible es que gentes inescrupulosas hagan allí sus necesidades, casi frente a la tarja del mártir, porque ese es un parque solo de tres costados o los enamorados que se pasan en caricias que solo debían dejarse para la intimidad de la alcoba.
También que los alegres borrachitos que lo frecuentan, pasen de la anécdota graciosa, a la mala palabra injuriante cuando enfrente viven familias o cruzan transeúntes que reciben este tipo  de agresión verbal.
El carnaval es una acometida constante hasta que cierra sus actividades, después de cuatro días.
En nuestra niñez conocimos la casa del mártir, enorme, de madera, con una acera amplia  y un quiosco donde  vendía frituras o las empanadillas que hacía Clementina, la abuela de rebelde ascendido a capitán póstumamente, después de la acción de Alto de la Herradura.
O también íbamos a comprar harina de maíz sancochado, que la honorable viejecita se encargaba de ordenar que fuera “de la más fresca”.
Después, cuando supimos de la muerte del joven Lorenzo, el paso por la acera hasta el cine era un poco silenciosa  aunque a esos pocos años no sabíamos discernir la grandeza del bayamés.

Ahora la gente sí sabe, con más razón debía respetar más.

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