domingo, 18 de septiembre de 2016

Tremendismo



Posiblemente, desde que se tenga memoria, los negociantes y transportistas han identificado sus equipos con nombres que hablan de su potencia: un camionero bautizaba su camión  como Titán, otro Hércules, un tercero Fortachón, y varios de sus colegas  usaban nombres de los Dioses del Olimpo sugiriendo velocidad, fuerza, inteligencia y diversos dones, inclusive negados a objetos inanimados.
Algunos conductores del patio ponían en la defensa (parachoques) de sus vehículos, ingeniosos mensajes como Me109cito (Me siento nuevecito), El 3men2 (El tremendo)…
Un fragmento de la nota El mote hace el cariño del periodista español Rodrigo Ferasaínz  asegura que en los primeros años, la mayoría de los modelos se denominaban según su cilindrada o potencia fiscal, y tuvo que ser la gente la encargada de echarle inventiva al asunto. “Al Citroën 5 CV de 1922, por ejemplo, se le conoció como Culo-pollo, por su pequeño tamaño y su zaga puntiaguda. En 1932, Fiat lanzó el 508 Balilla, nombre que sí fue oficial. Con la llegada de los microcoches, en los años 40 y 50, en España se vieron los Biscúter (recordados hoy como “Biscutres”), antecesores del carismático Pelotilla Seat 600.
Luego vinieron el Ocho y medio (Seat 850), el Milqui (Seat 1500), el Catorce Treinta (1430). Mercedes también fue objeto de motes de admiradores o envidiosos: el Alas de gaviota (300 SL), los Lola Flores o Castañuelas (170, por el ruido), el Adenauer (300D, por el canciller alemán), el coche de los toreros (190 E, por su bajo precio). En los 70 y 80, los Porsche 911 RS y Turbo se llamaron Cola de Pato y Cola de Ballena, por su alerón. Finalmente, la publicidad también acabó haciendo de las suyas y convirtió al Simca 1200 en el Filete por ser “Un 5 plazas con mucho nervio” o a la Citroën C15 en la mula porque “se lo carga todo”.
Hoy la cuestión se torna diferente, y aun cuando algunos negociantes siguen utilizando nombres agudos como aquellos  de antaño, otros, los usuarios se empeñan en practicar la truculencia y nombran a sus vehículos o pequeñas empresas con nominativos que, según una flagrante práctica contraria a las leyes del mercado, alejan clientes en lugar de atraerlos.
¿Quién que busque seguridad en su traslado se montará en un camión apodado El criminal o el Asesino? Lo primero que pensará el cliente es que su vida corre peligro.
 O quién se montaría en un bicitaxi que reciba el nombre de El Bellaco; “seguro me cobran cara la carrera”, podrá pensar el pasajero. Y ahí mismo se acabó el viaje, aún sin empezar.
Lo peor es que esto va trascendiendo y cada vez gente más joven se suma a esas prácticas, y quienes están urgidos de trasladarse, pocas o ninguna de las veces reparan en estos detalles.
Realmente no se sabe dónde se origina esta forma de nombrar: ¿será de filmes tan truculentos como la saga de Conan… el destructor, Conan el Bárbaro… en que un coloso blanco con ribetes de “semidiós”  derrota a hordas de gente casi recién salida de las cavernas o manchados con la magia negra, el canibalismo y otras cuestiones…?
¿O la génesis estará en otros audiovisuales  y realidades más recientes que hacen  apología de hornadas y hornadas de antihéroes y que exaltan todo lo negativo que pueda haber en ellos?
Lo cierto es que en el mundo los prestadores buscan la manera de cautivar al cliente para conquistarlo  y figurar entre los primeros que recuerde cuando quiera recibir sus servicios; nosotros no podemos estar ajenos a ello.
 Reflexionemos en qué esperamos como clientes y qué queremos como comerciantes.       



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