domingo, 28 de febrero de 2016

Parihuelas



Estos objetos fueron muy comunes en el campo cubano, y eventualmente pueden volver a serlo ante un aprieto, y recibían distintos nombres en dependencia de la región.
Constituían una especie de camilla confeccionada  con una hamaca debidamente acondicionada y que llevaban dos “braceros”, con gente de repuesto para auxiliarse  por lo fatigoso de la tarea.
Ello permitía a gente  de monte adentro, sobre todo de la montaña, trasladarse a un centro hospitalario cercano o lejano, con un enfermo grave por senderos por donde no  transitaban ni los mulos con una carga semejante.
Tengo una experiencia muy enriquecedora de ello: en 1984 en un plan de la escuela al campo, dirigía yo  una tropa de  unos 20 chicos, junto a otros dos profesores de preuniversitario, una tarde, a la caída del sol, me avisan   que un  estudiante  llamado Homero “tenía un dolor insoportable en el vientre”.

Mis dos compañeros habían bajado ese propio viernes y el sanitario un poco loco, tampoco estaba, pulsé la barriga del muchacho y no le dolía pero al soltarla pegó un grito ¡apendicitis! Me dije y decidí bajar con él y cuatro fornidos muchachos, los mejores recogedores de café y cacao  y casi todos mis vecinos del bayamés barrio San Juan, si acaso, alguno era del contiguo barrio de El Cristo para bajar a Homero de  El Olimpo, que así se llamaba el lugar del campamento.
Había uno flaquito, cargado de espaldas que me rogaba  llevarlo; yo me negaba pensando que sería parte de la impedimenta, pero acepté y ¡válgame Dios!
Homero podía caminar y salimos todavía con cierta luz desde “la  morada de los dioses del panteón griego  hasta Buey Arriba, pero unos 500 metros después, las rodillas del enfermo fallaban y decidí aprovechar mis conocimientos de  vida en campaña y corté dos ramas muy fuertes y metí por ellas los dos o tres abrigos e improvisamos.
De más está decir que cada 50 metros los forzudos se cansaban, pedimos ayuda a un campesino quien solo se limitó a darnos la suela encendida de un zapato como improvisada antorcha y seguimos bajando. Dije Válgame Dios y así: fue el más flaco  fungió de compañero mío y  eso nos ayudó a sortear unos 10 kilómetros hasta donde había tractores  y camiones; pudimos dejar al muchacho en el hospital  avisar a la familia y  enviarlo con personal médico especializado, poco después  lo operaban en Bayamo.
Las parihuelas, claro de otro modo,  también servían para trasladar difuntos al camposanto; esta anécdota la debo a Antonio Maza una especie de compilador  natural.
Dice Antonio que hace décadas, cuando desde la localidad de Calambrosio no había camino directo a la carretera Yara-Bartolomé Masó muchas veces  para enterrar los  muertos de esa zona en el cementerio de este último sitio, debían ser llevados en andas y salían a un sitio denominado La Joya, en una ocasión cuando arribaron allí los cuatro últimos cargadores venían pasados de tragos y  un poco cansados pero estaban  achispados por el ron ya  escaso para ese entonces.
 La “quitanda” que así le llaman por allá a la parihuela les pesaba y querían dejar al extinto  en cualquier sitio, especialmente en  comercios de donde los expulsaban a cajas destempladas.
Por fin llegaron a la tienda  del gallego Tuñón  y le exigieron l o mismo, el peninsular que “respetaba mucho a los muertos” contestó como un rayo “llévenselo, llévenselo y cojan su ron  Paticruza´o”.
Estos son  algunos andares de  gente que carga parihuelas.

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