Antonio ya peina canas, es un azucarero jubilado que sufre hace tres
años porque su amado central Bartolomé Masó incumple su “plan técnico-económico”
y porque muchas veces no es tan eficiente como cuando él salía disparado a dar
lo suyo ante el pitazo madrugador.
Hoy, con casi 70 años, conoce de balística pues lee con fruición todo
lo referente a esa ciencia que le cae a
la mano.
Pero no siempre fue así: cuando rondaba la primera década, los
obligados filmes de vaqueros e indios de entonces, donde los primeros siempre
llevaban la peor parte, y la reciente lucha en las montañas cercanas le despertaron
el interés por la construcción de armas y sin encomendarse a nadie fabricó su
propio fusil.
Con lo que tenía a mano improvisó. Un tubo de los usados en el sistema
de alumbrado doméstico con carburo que
le daba el diámetro casi exacto del ánima fue el cañón, pues cabía
apretadamente un cartucho calibre 22, muy popular en esa época bajo el nombre
de marca U.
De una tabla gruesa y con machete talló la culata porque no tenía
herramientas adecuadas ni calma para esperar por ellas, un alambre acerado fue la aguja percutora tan “eficaz”
que cuando disparaba aquel mecanismo accionado por ligas de tirapiedras, se
encajaba tanto en la vaina que después había que echar una junta para sacarla.
Pese a todas las dificultades, aquel engendro funcionaba, Toño, ni
corto ni perezoso, puso una balita y apuntó a lo lejos del centro del poblado
de Zarzal y disparó, “eso debe haber llegado al bar de Matilla”, se dijo,
calculando unas cuantas cuadras.
Puso otro cartucho y apuntó alto hacia el este noroeste y al tirar del
gatillo dijo ya en alta voz y con orgullo irreprimible: “Esa llegó a la carretera
Yara-Estrada Palma (como antes se decía en alusión al actual Bartolomé Masó).
Las miradas envidiosas y admiradas de sus primos y vecinos lo envolvían.
Todo fue felicidad hasta que bajó el cañón y los dos plomitos cayeron a
sus pies.
No se sabe si por respeto al innovador los otros muchachos no se rieron...pero
todavía cuando él u otro evocan el suceso el hombre ríe, pero lo hace un poco
cortado, como decimos por acá.
Su respuesta ante el hecho no tiene discusión: “Si yo hubiera sabido
entonces que las impulsoras de las balas son las estrías del
cañón, otro gallo habría cantado.”
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