domingo, 28 de diciembre de 2014

Escopetero



Antonio ya peina canas, es un azucarero jubilado que sufre hace tres años porque su amado central Bartolomé Masó incumple su “plan técnico-económico” y porque muchas veces no es tan eficiente como cuando él salía disparado a dar lo suyo  ante el pitazo madrugador.
Hoy, con casi 70 años, conoce de balística pues lee con fruición todo lo  referente a esa ciencia que le cae a la mano.
Pero no siempre fue así: cuando rondaba la primera década, los obligados filmes de vaqueros e indios de entonces, donde los primeros siempre llevaban la peor parte, y la reciente lucha en las montañas cercanas le despertaron el interés por la construcción de armas y sin encomendarse a nadie fabricó su propio fusil.
Con lo que tenía a mano improvisó. Un tubo de los usados en el sistema de alumbrado  doméstico con carburo que le daba el diámetro casi exacto del ánima fue el cañón, pues cabía apretadamente un cartucho calibre 22, muy popular en esa época bajo el nombre de marca U.
De una tabla gruesa y con machete talló la culata porque no tenía herramientas adecuadas ni calma para esperar por ellas, un alambre  acerado fue la aguja percutora tan “eficaz” que cuando disparaba aquel mecanismo accionado por ligas de tirapiedras, se encajaba tanto en la vaina que después había que echar una junta para sacarla.
Pese a todas las dificultades, aquel engendro funcionaba, Toño, ni corto ni perezoso, puso una balita y apuntó a lo lejos del centro del poblado de Zarzal y disparó, “eso debe haber llegado al bar de Matilla”, se dijo, calculando unas cuantas cuadras.
Puso otro cartucho y apuntó alto hacia el este noroeste y al tirar del gatillo dijo ya en alta voz y con orgullo irreprimible: “Esa llegó a la carretera Yara-Estrada Palma (como antes se decía en alusión al actual Bartolomé Masó). Las miradas envidiosas y admiradas de sus primos y vecinos lo envolvían.
Todo fue felicidad hasta que bajó el cañón y los dos plomitos cayeron a sus pies.
No se sabe si por respeto al innovador los otros muchachos no se rieron...pero todavía cuando él u otro evocan el suceso el hombre ríe, pero lo hace un poco cortado, como decimos por acá.
Su respuesta ante el hecho no tiene discusión: “Si yo hubiera sabido entonces que   las  impulsoras de las balas son las estrías del cañón, otro gallo habría cantado.”


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