Como
toda ciudad que se respete Bayamo tiene sus locos.
Indudablemente
desde su fundación el 5 de noviembre de
1513 y por supuesto, desde mucho antes,
hubo quien deambuló con la mente extraviada por las orillas del río, después
por los callejones, caminos reales y proyectos de calles.
Solo
puedo dar fe, desde la segunda mitad del siglo XX y quiero aclarar que había en
ese entonces de todo tipo.
Estaba
el agresivo, muchas veces confinado al interior de las viviendas en una
habitación presumiblemente enrejada o que salía a la calle a causar o recibir
el efecto de los problemas que creaba porque todavía en esa fecha alguna gente
desalmada solía espantarlos a pedradas.
También
estaba aquel cuyos desvaríos no ofendían a nadie, estaban los pintorescos y
quienes tenían algún tipo de retraso mental y que muchos bayameses de la época no sabían discernir si eran
“bobos” u orates.
Como
en un ensueño recuerdo a Dichoso, que iba por la calle semidesnudo, descalzo y
casi siempre hambriento y quien, con cara de felicidad, sonreía cuando le daban
por ejemplo un mendrugo y un pedazo de boniato que mordisqueaba
alternativamente.
Ya
mayorcito mis recuerdos me traen a Prueba una rubia cincuentona y desmelenada
que lo mismo arrebataba cualquier paquete a quien le cogiera miedo que le
plantaba un “homenaje” al mismísimo Mahoma.
En
la época de la tiranía batistiana, y mucho después, por mi barrio de San Juan pasaba con los rasgos anatómicos quijotescos
uno que vestía militarmente a medias,
marchaba marcando el paso y en las esquinas ordenaba y daba flanco izquierdo o derecho según el caso
y cuando menos lo esperábamos pegaba un ¡a retaguardia! de campeonato solo que
los brazos le giraban como desprendidos del cuerpo, cuando no hacía eso se daba
palmadas alternas con ambas manos en la
nuca o al final del espinazo, acaso buscando la perdida lucidez.
Benita
quien como Prueba, la gente aseguraba que perteneció a familia adinerada, ya
entonces arrugada, casi siempre sucia usaba unos túnicos desentallados y
respondía a los indolentes que la
conminaban a “encender al televisor” con una rápida subida del vestido para mostrar
un deprimente espectáculo. ¡Ah! si cogía una bicicleta el
dueño podía caerle detrás hasta el desmayo pues ella no la abandonaría hasta
que se cansara.
Rita
Pallares, (la Caimana aunque era de
Veguita) siempre complacía al público con un bailecito, fue inmortalizada primero por Lorenzo y
Reynaldo Hierrezuelo en una sabrosa guaracha: “Bayamo tiene dos cosas que no
las tiene La Habana: una historia muy hermosa y tiene a Rita la Caimana”… y
después, ya fallecida, perpetuada por la
familia Barrios, hoy constituye uno de los fondos del Museo de cera bayamés.
Menocal,
siempre con un saco al hombro, a veces montaba en cólera, pero si alguien
estaba haciendo un trabajo pesado se sumaba gustoso, aunque quisieran impedírselo,
por lo general era muy ocurrente, como
cuando vio un cable ardiendo y exclamó:”Quisiera besar la ´letricidá a ver ´que sabe”.
Casi
siempre murmurando acerca de buques
tanques de potaje, trenes de congrí, toneladas de puré de malanga.. iba Comida
quien también mendigaba y que al morir debajo se su camastro dejó una
considerable suma de dinero.
Estaba
Timbre que hacía toda suerte de efectos especiales con la boca y que acosado
por los jodedores mató a un hombre.
Guilla´o
o Pinchacabo era un señor de brazo en
cabestrillo (no hay certeza de que fuera loco) y las malas lenguas aseguraban
que fue un paripé para no trabajar; por supuesto la extremidad se atrofió, cuando
algún imprudente le preguntaba la respuesta aludía a la parte menos digna de la
progenitora del ofensor que supuestamente lo
mordió e infectó…
En
mis años estudiantiles conocí a De la Vega también de porte quijotesco y
totalmente opuesto a las transformaciones revolucionarias y en especial a la zafra
del 70: “ Cambio un refrigerador de cuatro puertas por un radio que no hable de
caña”, y redactaba unos periódicos en
los que decía por ejemplo:” Desde Roma te están vigilando”, los muchachos lo
neutralizábamos con un ¡Compañero de la
Vega! que lo ponía verde de la rabia al punto de increpar a dos compañeros míos Richard y Felo
: “No hay rey que me obligue a saludar a dos terneros en bicicleta”,
No
me consta, pero dicen que al pisar la otra orilla, recuperó la razón.
También
vivió aquí Paíto, un negro gigantesco que se atravesaba delante de cualquier vehículo
y había que dejarle vía libre y ese fue su primer apodo, después, gracias a la
canción de Boney M fue, nombrado el Rey
de la carretera, hasta que un rastrero
foráneo lo detuvo para siempre.
Hubo
dos en distintas épocas pero con una afición desmedida al desaseo, a uno lo
apodaban Conaca (iniciales de la Comisión
Nacional de Acueductos y Alcantarillado a finales de los años 50, que
finalmente devendría en el Instituto Nacional de Recursos Hidráulicos) y otro
tenía un mote sumamente elocuente: Pipi La Fosa.
Estaba
Cacho un antiguo conocido que, después de
1976 sabía de memoria el nombre
de todos los presidentes del Poder Popular y secretarios del Partido de los 169
municipios del país, los cargos que habían ocupado y algunas otras de sus
generales.
Todavía
quedan algunos, pero es evidente la voluntad gubernamental por mantenerlos en
instituciones adecuadas, con atenciones y que no deambulen, como el enigmático
que aparece y desaparece de cuando en cuando camuflado a tal punto que parece
un vegetal viviente, algunos aseguran que no ha perdido la razón, sino que mató
a su propio padre y ese es un castigo autoimpuesto.
Debe
habérseme quedado algún loco en el tintero, pero la memoria no da para más,
solo sé que como parte de esta añosa ciudad ellos son para mí locos
entrañables.
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