Hoy es domingo
de carnaval y por una asociación lógica recordé a un personaje que fue
contrapartida de la estrella del carnaval y sus luceros en los primeros años de
la década de los 60: Doble Feo.
Frisaba yo entonces
los 12 años, y recuerdo haber visto al personaje enfundado en algo que podía
ser un manto, con una corona y paseando en coche por las principales calles
de nuestro querido Bayamo, que en este agosto está solo a tres pasos, digo tres
meses, de cumplir medio milenio.
La historia y
la literatura nos ilustran: El Rey Momo
es un personaje considerado el rey de los carnavales en numerosas festividades
de América Latina, principalmente en Colombia. Su aparición significa el
comienzo de las fiestas de Carnaval. Cada fiesta carnavalesca tiene su propio
Rey Momo, a quien se le suele dar la llave de la ciudad. Tradicionalmente, un
hombre malcarado, alto y gordo es elegido para interpretar dicho papel.
Momo (en griego antiguo Μωμος Mômos, ‘burla’, ‘culpa’; en latín Momus)
era, en la mitología griega, la personificación del sarcasmo, las burlas y la
agudeza irónica.
Volviendo a
nuestro tema central realmente era antiestético, paro nada del otro mundo: para
muchos era de una asimetría pasable, peor era otro señor denominado Chapitas o Sesitos
de gallina… entre los bayameses, pretéritos y presentes, de seguro habrá
alguien más feo que Doble Feo.
Después lo
conocí más cercanamente porque la abuela de mi esposa, Olga Guerra Catasús, acostumbraba a atender a caminantes,
limosneros, o a personas con cierta discapacidad física, como es el caso de Rita
la Caimana, y el propio Doble Feo.
En aquella
casona de la calle Céspedes, Roberto
Fuerte Valdés, como me confesó nombrarse, recibía una atención como un
familiar, a veces solicitaba con su bronca voz: ¡Mamá Ogga, dame algo! en alusión
a un dinerito, petición prontamente atendida.
Tenía una
dificultad al hablar agudizada sobre
todo cuando bebía, pues era aficionado a empinar el codo; cuando “se lo había
dado bastante”, soltaba un alegre grito.
-¡Fuico,
fuico! –que sus allegados traducían como ¡fuego, fuego! Quizás por el júbilo
que le proporcionaba el alcohol al correr por sus venas.
Era un poco
contrahecho, cargado de espaldas y caminaba como de medio lado, pero resaltaba
sobre todo por una nobleza que le permitía conocer donde era bien recibido e
incluso soportar las burlas del vulgo, no siempre muy inocentes.
No supe
nunca dónde y cómo murió Doble Feo, pero recuerdo con cariño a quien en su
momento fue parte consustancial a nuestro Bayamo imperecedero.
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