domingo, 4 de agosto de 2013

Doble Feo, nuestro rey Momo


Hoy es domingo de carnaval y por una asociación lógica recordé a un personaje que fue contrapartida de la estrella del carnaval y sus luceros en los primeros años de la década de los 60: Doble Feo.

Frisaba yo entonces los 12 años, y recuerdo haber visto al personaje enfundado en algo que podía ser un manto, con una corona y   paseando en coche por las principales calles de nuestro querido Bayamo, que en este agosto está solo a tres pasos, digo tres meses, de cumplir medio milenio.

La historia y la literatura nos ilustran: El Rey Momo es un personaje considerado el rey de los carnavales en numerosas festividades de América Latina, principalmente en Colombia. Su aparición significa el comienzo de las fiestas de Carnaval. Cada fiesta carnavalesca tiene su propio Rey Momo, a quien se le suele dar la llave de la ciudad. Tradicionalmente, un hombre malcarado, alto y gordo es elegido para interpretar dicho papel.

Momo (en griego antiguo Μωμος Mômos, ‘burla’, ‘culpa’; en latín Momus) era, en la mitología griega, la personificación del sarcasmo, las burlas y la agudeza irónica.

Volviendo a nuestro tema central realmente era antiestético, paro nada del otro mundo: para muchos era de una asimetría pasable, peor era otro señor denominado Chapitas o Sesitos de gallina… entre los bayameses, pretéritos y presentes, de seguro habrá alguien más feo que Doble Feo.

Después lo conocí más cercanamente porque la abuela de mi esposa, Olga Guerra Catasús,  acostumbraba a atender a caminantes, limosneros, o a personas con cierta discapacidad física, como es el caso de Rita la Caimana, y el propio Doble Feo.

En aquella casona de la calle Céspedes,  Roberto Fuerte Valdés, como me confesó   nombrarse, recibía una atención como un familiar, a veces solicitaba con su bronca voz: ¡Mamá Ogga, dame algo! en alusión a un dinerito, petición prontamente atendida.

Tenía una dificultad al  hablar agudizada sobre todo cuando bebía, pues era aficionado a empinar el codo; cuando “se lo había dado bastante”, soltaba un alegre grito.
-¡Fuico, fuico! –que sus allegados traducían como ¡fuego, fuego! Quizás por el júbilo que le proporcionaba el alcohol al correr por sus venas.

Era un poco contrahecho, cargado de espaldas y caminaba como de medio lado, pero resaltaba sobre todo por una nobleza que le permitía conocer donde era bien recibido e incluso soportar las burlas del vulgo, no siempre muy inocentes.

No supe nunca dónde y cómo murió Doble Feo, pero recuerdo con cariño a quien en su momento fue parte consustancial a nuestro Bayamo imperecedero.

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