domingo, 12 de agosto de 2012

Taparon la boca al peligro

Pocas veces me he sentido tan satisfecho de quedar con la carabina al hombro cuando la cuestión por la que luchaba se resolvió, si no espontáneamente, al menos sin mi intervención directa.

Hace cosa de dos semanas investigaba para un comentario de opinión que comenzaba así: “Muy cerca de la confluencia de las calles bayamesas de Martí y Capotico, exactamente en la plazoleta donde está erigido el mausoleo al patriota José Joaquín Palma, un agujero contamina la vida habitual del lugar.

Era una de las entradas del subterráneo en los jardines de ese espacio urbano, pero por su peligrosa connotación pensé que alguien pudiera catalogarla como una boca del infierno.

La afirmación no era exagerada y, si me felicito de algo, es de haber entrevistado a algunos vecinos y trabajadores del área, ¿lo mejor?: al fin, casi al ver la luz el comentario fue tapada la boca al peligro.

La validez de estos razonamientos está determinada por hacer extensivo el alerta a todos los rincones de Granma.

Además, un pozo o subterráneo en un parque o área pública, suplanta el sitio donde antes reverdecía la hierba y donde cada día, juegan y retozan niños que, a veces se vuelven temerarios; por allí pasan ancianos, y siempre hay un considerable número de transeúntes...

Este redactor ha podido apreciar que personas inescrupulosas arrojan desperdicios a dichos pozos y en el peor de los casos, restos de animales muertos.

Hoy, reconozco a quien tomó la medida de enrejar los registros, pues cada cual debe saber qué le toca, pero urge la imprescindible vigilancia, por parte de vecinos, organizaciones de masas, encargados de guardar el área y autoridades, todos como el fabuloso Argos, con los cien ojos bien abiertos.

Nadie puede hurtar sin consecuencias las rejas de esos pozos y nadie tiene el derecho, a sabiendas o no, de dañarlos.

Es oportuno señalar que la ley obliga por sí sola y no es necesario conocerla para cumplirla; respetar la integridad de los espacios públicos es un deber ciudadano y esto resulta elogioso, lo contrario merece el imprescindible correctivo legal.

La mayor complacencia me la brindó un vecino del llamado parquecito San Juan, aunque poco o nada pueda yo tener que ver: “Oiga, mi amigo, estaba cansado de plantear la situación, pero por suerte, ya mi niña puede jugar allí sin peligro

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