domingo, 19 de junio de 2011

Otro día común… de amor y compromiso

Para mí, como sucede con el Día de la madres, hoy cuando toca a los padres tampoco me parece que amanece especialmente, sino una mañana como todas.
Porque cada día, mientras estuvo vivo y ya tuve uso de razón, aunque muchas veces no entendiera su severidad, reverencié la honestidad y el despego de Rey, mi padre, de los objetos materiales y su entrega cariñosa a mi hermana, a mí y a una Revolución que amó hasta que su aliento ya viejo pero entero, no pudo más y se apagó.

Y tampoco es exclusivo porque desde que nació Ariadna, mi hija mayor, recibió y me dio a cambio el amor inocente que se va agrandando con los años.

La llegada de Conchi, la segunda niña trajo una nueva luz a mi vida y si lo primero que dijo fue “agua” refiriéndose a la leche que siempre reclamaba, después fue “papa” y en tercer lugar “mama”.

Carmen Luisa, la tercera, vino a confirmar que ser padre es una condición que se sedimenta día a día y en mi caso particular mucho tiene que ver Carmen, mi mujer, quien enseñó a las chicas que el beso mañanero, aun sin dentífrico, es el regalo que un padre siempre necesita.

Todavía recuerdo con pesar las visitas al dentista que siempre me tocaban y, por contraste, como yo disfrutaba primero llevar las pequeñas donde las cuidaban explicándoles de todo… como siempre buscaba la espiga de arroz, el caimito, caracoles diversos para que supieran como es el mundo natural y también hablándoles de lo bueno y lo malo, de lo humano y lo divino… a veces cuando afloran los recuerdos hay una humedad nostálgica en mis ojos porque de todos modos pienso que no las disfruté bastante con mis horarios irregulares de corrector, que casi nunca me permitían verlas despiertas.

Corrieron los años, ya Nana, la mayor, tuvo a Adriana y Manolito, y aunque siempre le exprimí los ratos de ocio a mis obligaciones laborales y tengo desmedido orgullo de mis tres hembras, ese único varón ocupa las horas vespertinas de mis domingos para agotarme tirándole y bateando pelotas originales, de medias enrolladas e incluso semillas de frutas igual como mi padre aprovechaba conmigo el reducido ocio.

Recuerdo la modestia de mi primer bate, guante y pelota que el viejo me regalara y el olor de esos juguetes vuelve a mi memoria con fuerza…

Hoy para mí es un día común… de amor y compromiso y sobre todo de esa responsabilidad surgida desde el primer llanto infantil de nuestra descendencia, un encargo que no termina nunca.

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