domingo, 31 de octubre de 2021

Literatura y cine rusos

La literatura rusa en particular y la soviética en general, me llegaron en períodos contiguos a través de editoriales cubanas, otras de la región euroasiática y especialmente del cine desde el propio año 1962. Lo recuerdo bien porque en esa fecha alcancé los ¡12 años! propiciadores del acceso a películas con temas más serios, desnudos ligeros y conflictos que según los censores cinematográficos antes no podía entender. Era en mi cine de barrio donde asistía mucha gente de mi pueblo, segmento incapaz de entender las nuevas técnicas cinematográficas “estas películas empiezan y terminan del mismo modo”, decían y abandonaban la sala por pequeños grupos felices de haber llegado al ansiado Koniec filma (Fin). Pero aquella situación no se dilataría, de eso se encargaron la educación general y la cinematográfica y los programas de Mario Rodríguez Alemán, José Antonio González, Enrique Colina y otros críticos de envergadura local, nacional e internacional y el pueblo se cultivó mucho en cuestiones de cine y en pocos años el cubano fue un pueblo que sabe ver y apreciar el séptimo arte, visionar, dicen ahora. La irrupción del cine ruso representó un golpe a todas las producciones norteamericanas de realidad edulcorada, a pesar de que ya apreciábamos cine norteño del bueno, pues siempre lo hubo. También nos apropiamos de joyas de la literatura ruso-universal como La hija del capitán de Pushkin, La Guerra y la paz, La madre, El Don apacible, la primera de ellas me impactó notablemente y me sirvió años después para explicar a mis estudiantes de preuniversitario la época, los personajes, el argumento… Cuando vi Soy Cuba de Mijaíl Kakatozov, no entendí su grandiosidad, como no la concibieron cineastas contemporáneos rusos, cubanos y de muchos otros países hasta que fue redescubierta por Occidente en la década de los 90 e incluso imitada por notables realizadores. Para ver cine tengo una fórmula que me enseñó mi madre, camarada inseparable del “visionaje”: “Dale 20 minutos pues en ese tiempo se decide todo”, decía; eso era en casa pues en el cine yo entraba para ver cualquier película aun cuando me alertaran de que era un “clavo” pues todas tienen algo valioso y además no quería perder viaje y centavos. Vi mucho cine del bueno en los espacios de José Antonio, Mario y Colina, me permito ser confianzudo; ahora no me pierdo los viernes de La séptima puerta, con Pérez Betancourt y mucho menos De cierta manera, cuya versión televisiva trasmite el Canal Educativo 2, bajo la palabra y batuta del incansable investigador Luciano Castillo. Ya me perdí otra vez en los entresijos del séptimo arte y dejé de lado mi primer objetivo: hablar de literatura rusa, especialmente para enseñarla. Sí, pues de ello tuve alguna idea cuando comencé a impartir octavo grado y me tocó explicar la novela Chapaev de Dmitri Furmanov, que perseguía las carteleras hasta que al fin di con ella… Recuerdo que en uno de los perfeccionamientos de programas emprendidos por el Ministerio de Educación a finales de la década de años 70 se introdujo un gran volumen de literatura rusa en preuniversitario, ya yo conocía algunas obras, pero el bulto era considerable; y una compañera, Silvia, criticó fuertemente esa posición y hasta se ganó una regaño; pero el programa siguió y debo decir que salvo ese percance, después docentes y profesores aprendimos mucho de las letras eslavas.

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