domingo, 8 de agosto de 2021

La difunta Correa

Bastante tarde cayó en mis manos de ávido lector, el libro Malvinas diario del regreso (primera edición 1999) del periodista Edgardo Esteban, quien junto a jóvenes de su generación y, como soldado del servicio militar obligatorio, presentó cara a los británicos por defender la soberanía argentina sobre las Islas Malvinas. Diecisiete años después, Esteban regresa con el primer grupo de argentinos que pisa suelo malvino tras las hostilidades; allí fue recibido por algunos isleños con desaprobación e incluso desprecio, pero con mucha deferencia por otros, en cambio; para él fue un reencuentro con una página muy dolorosa de su pasado. En este volumen de marcado sentido autobiográfico el autor plasma sus vivencias personales iniciadas 2 de abril de 1982, cuando la dictadura militar del golpista Leopoldo Galtieri inició el desembarco de tropas en las islas Malvinas, usurpadas por Inglaterra desde 1833.El conflicto armado concluyó el 14 de junio de 1982 con la rendición de la Argentina y provocó la muerte de 649 militares argentinos, 255 británicos y 3 civiles isleños. Soldados con escaso entrenamiento y alimentación aún más escasa, sin abrigo ni calzado para protegerse del frío feroz y con armamento obsoleto fueron movilizados para defender ese pedazo de la Patria argentina. Luchaban, también, por sobrevivir a las condiciones que impusieron sus cobardes e irresponsables jefes, entre ellos Galtieri quien fuera condenado a 12 años de prisión por negligencia y luego indultado por el Mandatario Carlos Menem. Ya había tenido un primer acercamiento audiovisual al tema con la película Iluminados por el fuego (2005) del director Tristán Bauer, pero las experiencias de Esteban me condujeron a una de las tradiciones más arraigadas en el imaginario argentino y de otros países de la región. Edgardo Esteban, bajo el bombardeo de la armada y aviación británicas pensó que era su fin y como católico se encomendó a Dios y a todos los santos, e inexplicablemente lo hizo también a la Difunta Correa, una entidad muy venerada por los habitantes del sur argentino y Paraguay, pero desconocida en el resto de América. Se conservan diversas versiones de una leyenda, según la cual Deolinda Correa fue una mujer cuyo marido, fue reclutado forzosamente hacia 1840, durante las guerras civiles. Vivían en el departamento de Angaco, provincia de San Juan. La hueste que viajaba a La Rioja obligó al marido de Deolinda, a unirse a esa hueste. Esto hizo que Deolinda, angustiada por su marido y a la vez huyendo de los acosos del comisario del pueblo, decidiera ir tras él. Así tomó a su hijo lactante y siguió las huellas de la tropa por los desiertos de la provincia de San Juan, llevando consigo sólo algo de pan, carne curada y dos recipientes para agua, cuando se le terminó el vital líquido Deolinda estrechó a su pequeño hijo junto a su pecho, y se cobijó debajo de la sombra de un algarrobo. Allí murió a causa de la sed, el hambre y el agotamiento. Cuando unos arrieros pasaron por el lugar al día siguiente y encontraron el cadáver de Deolinda, su hijito seguía vivo amamantándose de sus pechos, de los cuales aún fluía leche. Los arrieros la enterraron en el paraje conocido hoy como Vallecito y se llevaron consigo al niño. Al conocerse la historia, muchos paisanos de la zona comenzaron a peregrinar a su tumba, construyéndose con el tiempo un oratorio que paulatinamente se convirtió en un santuario. La primera capilla de adobe en el lugar fue construida por un tal Ceballos, arriero que en viaje a Chile sufrió la dispersión de su ganado. Tras encomendarse a Correa, pudo reunir de nuevo a todos los animales. Hoy en día mucha gente deja en el santuario de la difunta botellas con agua, para que "nunca le falte agua a la Difunta", que es una especie de santa popular Los devotos consideran que hace milagros e intercede por los vivos. La supervivencia de su hijo, afirman sus devotos, sería el primer milagro de los que a partir de entonces se le atribuirían. A partir de la década de 1940, su santuario en Vallecito (provincia de San Juan), al principio apenas una cruz situada en lo alto de un cerro, se convirtió en un pequeño pueblo en el que existen varias capillas repletas de ofrendas. Las capillas han sido donadas por diversos devotos. Una de ellas contendría los restos de Deolinda Correa. En esta capilla existe una gran escultura de la muerta con su hijo, recostada, de cara al cielo y con el niño en uno de sus pechos. Los arrieros primero, y posteriormente los camioneros, son considerados los máximos difusores de la devoción hacia la Difunta Correa. Las visitas al Oratorio de la Difunta Correa se producen durante todo el año, pero son más frecuentes en Semana Santa, el día de las Ánimas (2 de noviembre), la Fiesta Nacional del Camionero, durante las vacaciones de invierno y para la Cabalgata de la Fe que se realiza todos los años entre abril y mayo. En las épocas de mayor afluencia pueden llegarse a reunir hasta a trescientas mil personas; el promedio (año 2005) de los que peregrinan al santuario de la "Difunta Correa" en Vallecito es de un millón de personas por año.

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