Haydée
vestía elegantemente, eso no admitía discusión, sus amigas se admiraban de que
siempre andaba de ”punta en blanco” como conocí que se decía en
los lejanos años de la década de los 50.*
Quizás
no había secretos porque su propia
familia y la de su esposo eran lo que podía llamarse gente pudiente.
El
cónyuge de Haydée no era un hombre agarrado, en un tiempo en que toda economía era poca, aun entre las personas que
disponían de recursos, era difícil encontrarse un “botarate”, pero él complacía
todos los gustos de la muchacha.
Eso
sí las economías se hacían puertas adentro pues nadie quería que se pensara que
afrontaba dificultades.
Haydée tenía una hermana que sin ser
notoria era toda una modista, juntas
iban a una tienda de exclusividades: El Encanto y allí la costurera familiar
“fotocopiaba” los caros modelos para señoras que se compraban a medida y que
algunas personas después de probarlos y pagarlos se los quedaban.
Haydée coleccionaba etiquetas de esa tienda y así no tenía que pagar la costosa hechura, pues
su hermana calcaba en la tela lo que su
retina había captado y ya Haydee tenía un nuevo modelo de El Encanto, acto
seguido le pedía el dinero al esposo y ya podía disponer de “pasta” adicional
en un timo familiar, ingenioso e
“inocente”.
Pero
existían personas que protagonizaban hechos de esa o similar índole, solo por aparentar, en mi barrio pobre
de San Juan a esas gentes se les llamaba echadoras no sé si de mentiras, de apariencias o ambas inclusive.
Se
debía que algunas familias que representaban opulencia, se reunían a puertas
cerradas en horas de comidas, movían
vajillas enteras y hablaban en torno al banquete, todo ficticio y solo desmontado hasta
que algún ojo curioso descubría que las fuentes estaban vacías y lo que comían “eran
tajadas de aire”.
Había
quien por unos pocos centavos llegaba a una fonda y pedía un café con leche,
agarraba uno de los palillos y muy orondo salía
a la calle , hurgando los restos del “bistec con papas fritas” de entre sus dientes.
El
caso más curioso lo cuenta el fotógrafo Luis Carlos Palacios, quien asevera que
a una fonda de chinos de su cuadra llego
una tarde un joven muy bien trajeado, pero con el bolsillo más exprimido que
una naranja, con los 10 centavos justos para una completa, un plato que tenía un poco de todo arroz, carne, frijoles…
a precio de pobre.
El
hombre llamó aparte al dependiente y le dijo:”Chino, traéme una completa, pero
cuando lo anuncies, por favor hazlo
callaíto”, el capitán tomó al pie de la letra la orden y a voz en cuello gritó
al cocinero:
“¡Santiago,
un completa callao p´al señol del tlaje!”
* Según narran las novelas de caballería y
aclara muy bien Alfred López en su blog de curiosidades, el origen de esta expresión se remonta a la época medieval y tiene una clara alusión al hecho de que los
antiguos caballeros, cuando se disponían a ir a la batalla o acudían a retarse
en un torneo importante, se equipaban con todos los elementos de la armadura y
entre ellos llevaban el arma que utilizarían para la pelea.
Esas armas eran conocidas como ‘armas
de punta en blanco’ debido a que iban bien afiladas, eran cortantes y
puntiagudas y estaban realizadas de acero pulido (o bruñido) de tal modo que
brillaban al sol, al contrario de las que usaban durante las prácticas y
cuyas armas carecían de punta para no dañar
al contrincante (del mismo modo que se utiliza en la esgrima).
Con el paso del tiempo el término
‘arma blanca’ se siguió utilizando para todas aquellas que son cortantes y
punzantes, quedando la expresión ‘ir de punta en blanco’ para referirse a la elegancia
en directa alusión al equipamiento (armadura) completa que llevaban los
caballeros a la hora de batallar.
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