Muchísimos conceptos y situaciones están ligados a
la palabra pan, partamos de que un panadero es el artesano cuyo oficio es hacer
pan y también lo es la persona que vende el pan y sus derivados.
Quien se preocupe por el tema conocerá que cerca del
año 30 antes de Jesucristo, durante
el reinado de Augusto, ya se podían contar cerca de 328 panaderías en Roma.
Todas ellas tenían una forma legal denominada collegium (formando una especie
de asociación profesional) y estaban regidas por leyes muy severas que no permitían libertad en la
ejecución de sus labores de panificación, para preservar su conocimiento.
Algunos
panaderos de esa época tuvieron incluso un monumento, como es el caso del
panadero Marco Virgilio Eurysaces, a quien se consagró la denominada, hoy en
día, Tumba del Panadero. La profesión de panadero era muy bien considerada
durante el periodo del Imperio romano, ya que sostenía el abastecimiento de un
alimento básico a la población creciente que poco a poco dejaba de ser rural.
La Tumba del
Panadero posee ilustraciones que permiten ver dos aspectos de la producción de
pan: en la cual aparece ya un cierto
grado de desarrollo en la elaboración del pan (los molinos son empujados por
caballos) y que los elaboradores y clientes de la panadería eran todos hombres.
Buscando, buscando…
veo grabados antiguos de toda Latinoamérica, España e incluso de los países
nórdicos que muestran a panaderos a pie, a caballo, con cestas del alimento, o
unos vehículos de tracción animal parecidos a nuestros bicitaxis o bicicargas
que por allá llama cargo bici y puede verse, incluso a una rubia que más parece
una atleta ofreciendo su mercancía en un elegante atuendo deportivo.
O sea no es nada nuevo, lo que hacen nuestros
vendedores, aunque empleen una innovación quizás única en el mundo.
Una sabrosa anécdota la contaba Mayi Quintana,
amiga de mi suegra hace unas noche y comenzaba así: “¡A mí el pan me aturde”!
-¿Cómo que te aturde?, ¡será que te repugna, te indigesta,
vaya, te hace daño, le replicaron!.
-¡No, me tiene aturdida a toda hora porque los
panaderos ya no se conforman con anunciar su mercancía a viva voz, sino que
ahora usan un pito (silbato) a cualquier
hora y la sacan a una del más profundo sueño.
Todos supimos que era cierto pero calzar las
palabras de Quintana, un panadero con dos sacos colgados de un palo, casi
frente a la casa soltó su estridente chirrido.
Ella, una persona mayor, gordita, corrió rauda
hacia la calle y lo regañó.
-Mijito, ¿tú no te das cuenta que no dejas ni
conversar?
El joven sonrió con deseos de llorar y le replicó: “Señora, si
no anuncio, no vendo.
-Pues entonces anuncia bajito, ¡¡¡bajito!!!y movía
sus brazos hacia abajo
Ambos tenían razón, sobre todo la dama porque en las calles resuena a toda hora una sinfonía chirriante, de silbatos y
gritos protagonizados por los panaderos ambulantes.
Entonces recuerdo
una composición interpretada por un cantante guajiro de las lomas de Buey Arriba,
Sierra Maestra, con un sonsonete de
consonantes explosivas, pero sonsonete al fin, aburridor: “Pan, panadero, se
quema el pan”, “Pan, panadero, se quema el pan”, “Pan, panadero, se quema el
pan”…
Sólo habría que cambiarle un poquitico la letra
para reflejar nuestro estado de ánimo con tanta algarabía impenitente: “Pan,
panadero, nos quema el pan”
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