Mi
hermano Pedro Suárez Fiallo es un intelectual reconocido en su rama y en su
barrio, donde muchas veces, lo “velan” cuando va o regresa del trabajo para que sirva de árbitro en una
de las tantas discusiones que se entablan al calor de alguna botella de ron
barato o entre vendedores, que en su propia esquina tienen su mercado
espontáneo y otros con el permiso de venta correspondiente.
Pedro
vive en un barrio humilde, y por demás escandaloso. Allí, algunos negocios
particulares tienen a veces tan alto el
volumen de sus equipos de música que él
confiesa haber odiado a Jacob for Ever desde la salida al aire de Hasta que se seque el malecón porque el tema le salía hasta en la sopa.
En
la comunidad, aunque no proliferan, hay algunos vagos, ex convictos y gente agresiva y traviesa,
pero todos sin excepción respetan “al
Profe”, como llaman a mi hermano.
Hoy
domingo fui a visitarlo, pero al llegar
a su hogar, vi que cruzaba la calle y lo
esperé junto a su portal. Un hombre se incorporaba a duras penas, parecía una
persona con discapacidad y le hablaba trabajosamente como si padeciera alguna
enfermedad neurológica; otro individuo al lado del enfermo aguardaba expectante,
poco después me dijo que el primero era
tan malo y conflictivo que su enfermedad era secuela de una paliza que le dieron en la cárcel otros
reclusos.
Cuando
Pedro regresó venía serio, pero radiante: “¿Tú sabes que querían esos hombres? ¡Saber
cosas nuevas acerca de Fidel!; el primero de ellos me decía que lo admiraba
mucho y que incluso había llorado su muerte, y al
saber lo que pensaba Pedro al respecto, de pronto se viró para el otro y
le dijo: ¿Ves, que Fidel es de verdad el Uno, el Caballo?
El
otro, de cara patibularia, varias veces encerrado por “malas costumbres”, le
dijo a Pedro, “¡Oiga Profe, para mí ese es el cubano más grande que se ha
conocido!
Mi
amigo me invitó a pasar y me contó que anoche pasó un bicitaxista con una
música reggaetonera “a toda mecha”, y esos mismos hombres, o quizás otros como
ellos, le gritaron: “¡Oye, baja esa
música!” “¡No voy a bajar na´!”, dijo airado
el transportista “¡La bajas o te la bajamos! ¿Qué te parece?”
El
silencio siguió presidiendo la noche.
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