En
mi infancia los cumpleaños eran sui
géneris: en mi segmento pobre del humilde Barrio bayamés de San Juan a
muchos les pasaban por debajo de la mesa, a otros nos celebraban “el santo”
como antes se decía pues por lo general se hacía coincidir el nombre que uno
traía en el almanaque, con la fecha de
nacimiento, es el llamado onomástico.
Consuelo,
mi única tía, era una entusiasta de estas fiestas que con un cakecito barato, unos
refrescos, dulcecitos y algarabía hacía las delicias de los chicos de la cuadra y como
éramos varios primos por la zona, siempre había motivo para celebrar.
En
momentos de tiempo escaso o cuando lo estaba el bolsillo, ella inventaba: hacía
un merengue para cobertura y vestía una panetela
hecha a toda carrera, o compraba varios dulces y efectuaba la misma operación y
llegó algún momento en que con merengue cubría una caja de cartón, la adornaba y
allá van fotos y alegría… Era una verdadera entusiasta de todos los aniversarios
nuestros y de nuestros primos.
Hoy
la cosa se torna diferente si es modesta la fiesta se llama come-cake o pica-cake
según la región donde ocurra, si es de mayor envergadura será un celebración con todas las de la ley.
Hace
muchos años surgieron los payasos que a tantos atemorizan y a otros entretienen,
y quienes también saben adecuarse a la
envergadura de la fiesta.
He
estado en muchas acompañando a mis hijas y nietos y prefiero ver al chico
o chica divertirse como uno más y no amargado por las poses de las
fotos.
Todo
está en cómo los familiares hagan fluir la fiesta para la diversión del “ojomeneado”
, perdón quise decir homenajeado (esta era una broma desde mis años infantiles
y me traicionó el subconsciente).
Decía
que todo el éxito radica en la intención puesta por los padres y abuelos para
hacer sentir bien al cumpleañero y sus amiguitos… si todo fluye naturalmente
habrá regocijo, y no incomodidad por los
flases.
Incluso he estado en aniversarios fastuosos
cuyos dueños los llevan con tanta naturalidad y modestia, que nadie se siente aplastado por el lujo y en otros,
más sencillos, donde los anfitriones charlatanean
de una manera espantosa.
Con
todo, es muy emotivo revisar aquellas fotos en blanco y negro, ya ahora son en colores, digitales y más… donde los chicos desdentados
o con toda la “cajetilla” sonreían -y
sonríen- a la lente del fotógrafo… son recuerdos imborrables.
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