Posiblemente, desde que se tenga
memoria, los negociantes y transportistas han identificado sus equipos con
nombres que hablan de su potencia: un camionero bautizaba su camión como Titán, otro Hércules, un tercero
Fortachón, y varios de sus colegas usaban nombres de los Dioses del Olimpo sugiriendo
velocidad, fuerza, inteligencia y diversos dones, inclusive negados a objetos
inanimados.
Algunos conductores del patio ponían
en la defensa (parachoques) de sus vehículos, ingeniosos mensajes como Me109cito
(Me siento nuevecito), El 3men2 (El tremendo)…
Un
fragmento de la nota El mote hace el cariño del periodista español Rodrigo
Ferasaínz asegura que en los primeros
años, la mayoría de los modelos se denominaban según su cilindrada o potencia
fiscal, y tuvo que ser la gente la encargada de echarle inventiva al asunto. “Al
Citroën 5 CV de 1922, por ejemplo, se le conoció como Culo-pollo, por su
pequeño tamaño y su zaga puntiaguda. En 1932, Fiat lanzó el 508 Balilla, nombre
que sí fue oficial. Con la llegada de los microcoches, en los años 40 y 50, en
España se vieron los Biscúter (recordados hoy como “Biscutres”), antecesores
del carismático Pelotilla Seat 600.
Luego
vinieron el Ocho y medio (Seat 850), el Milqui (Seat 1500), el Catorce Treinta
(1430). Mercedes también fue objeto de motes de admiradores o envidiosos: el
Alas de gaviota (300 SL), los Lola Flores o Castañuelas (170, por el ruido), el
Adenauer (300D, por el canciller alemán), el coche de los toreros (190 E, por
su bajo precio). En los 70 y 80, los Porsche 911 RS y Turbo se llamaron Cola de
Pato y Cola de Ballena, por su alerón. Finalmente, la publicidad también acabó
haciendo de las suyas y convirtió al Simca 1200 en el Filete por ser “Un 5
plazas con mucho nervio” o a la Citroën C15 en la mula porque “se lo carga
todo”.
Hoy la cuestión se torna diferente,
y aun cuando algunos negociantes siguen utilizando nombres agudos como aquellos
de antaño, otros, los usuarios se
empeñan en practicar la truculencia y nombran a sus vehículos o pequeñas
empresas con nominativos que, según una flagrante práctica contraria a las
leyes del mercado, alejan clientes en lugar de atraerlos.
¿Quién que busque seguridad en su
traslado se montará en un camión apodado El criminal o el Asesino? Lo primero
que pensará el cliente es que su vida corre peligro.
O quién se montaría en un bicitaxi que reciba
el nombre de El Bellaco; “seguro me cobran cara la carrera”, podrá pensar el
pasajero. Y ahí mismo se acabó el viaje, aún sin empezar.
Lo peor es que esto va trascendiendo
y cada vez gente más joven se suma a esas prácticas, y quienes están urgidos de
trasladarse, pocas o ninguna de las veces reparan en estos detalles.
Realmente no se sabe dónde se
origina esta forma de nombrar: ¿será de filmes tan truculentos como la saga de Conan… el destructor,
Conan el Bárbaro… en que un coloso blanco con ribetes de “semidiós” derrota a hordas de gente casi recién salida
de las cavernas o manchados con la magia negra, el canibalismo y otras
cuestiones…?
¿O la génesis estará en otros audiovisuales
y realidades más recientes que hacen apología de hornadas y hornadas de antihéroes
y que exaltan todo lo negativo que pueda haber en ellos?
Lo cierto es que en el mundo los
prestadores buscan la manera de cautivar al cliente para conquistarlo y figurar entre los primeros que recuerde
cuando quiera recibir sus servicios; nosotros no podemos estar ajenos a ello.
Reflexionemos en qué esperamos como clientes y
qué queremos como comerciantes.
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