El
campesino cubano con una inteligencia y picardía increíbles siempre tuvo como
marcada cualidad una hospitalidad a toda prueba que, dicho sea de paso, la
modernidad ha ido socavando.
Pero
también era pródigo en artimañas para alejar visitantes indeseables,
especialmente a enamorados bobos que eran blanco de una amplia gama de bromas
pesadas y también refinadas para que no volvieran en son de conquista o
petición de manos de la, o las señoritas de la casa.
Una
de ellas era atender exquisitamente a los visitantes para que no sospecharan y
cuando se retiraban, algo entrada la noche, colocar un muñecón colgado a la
orilla del camino o en medio de este, con la complicidad de algún vecino o familiar
moverlo amenazadoramente.
Como las historias de aparecidos eran frecuentes
en las tertulias del campo cubano, la mitad del camino estaba andado si el visitante
era sugestionable, o si iba entretenido pensado en un minuto a solas con su
amada; por eso cuando el muñecón movía los brazos amenazadoramente picaba
espuelas hasta casi reventar el caballo
o si era un viandante se decía “¡paticas
pa´ que las quiero!” y muchas veces ni volvía por aquellos lares.
También
sucedía que algunos de aquellos “trajinados” eran hombres bragados y apelaban
al machete o las piedras y ponían en
peligro a los bromistas… esas eran chacotas de nuestros campos cuando reinaban
la ignorancia y el atraso, ya no es posible gastarlas a nadie.
Al
consultar Google pude apreciar que esto pudiera tener su origen en una de las
15 bromas más frecuentes del 28 de diciembre, Día de los inocentes llamadas
también inocentadas: “La aparición del «enano» o del maniquí
Esta
«inocentada» se catalogaría entre las más asustadizas. Es muy sencilla, y
puedes ser tú mismo el protagonista o utilizar un maniquí o un muñeco de
dimensiones considerables. Vístete (o viste al maniquí) con una larga gabardina
o una manta, colócate delante de la puerta (de modo que al abrir no te dé) de
la habitación (o del baño) de la persona a la que quieras sorprender y sitúate
de rodillas. Cuando abra la puerta tu víctima, quédate inmóvil, el susto estará
asegurado. Y es que, las historias de terror llevabas al cine y a la
literatura, además de las experiencias personales que muchos de nuestro entorno
se empeñan en contarnos –en referencia a contacto con el «más allá»–, han hecho
que estemos en «pre-aviso» sobre cualquier ruido, sombra o sensación que
tengamos. Por lo tanto, la aparición de una figura extraña de imprevisto pondrá
los vellos de punta al más valiente”.
Otra
broma recurrente era tostar larvas del bichito llamado comején junto con granos
de café porque daba una irritabilidad estomacal y una flatulencia irrefrenables
y pasado un rato, en medio de la charla comenzaban a estallar pedos pestilentes
que llenaban de vergüenza al visitante
que pasaba trabajo hasta para despedirse. Tampoco volvía por haber sido
catalogado de pedorro o”peyorro”, como por acá decimos.
Dicen
que echar el polvo del isóptero comején tostado en el asiento tenía un efecto
similar al descrito.
Ya
todo esto pertenece al pretérito, pero es bueno rememorarlo.
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