domingo, 23 de julio de 2017

Tonogal

En mi casa se oye a toda hora la inusitada palabra Tonogal, ¿qué es eso que los niños morales-mazquiarán-azahares-garcía la repiten tanto? se preguntan amigos y vecinos
Aclaro que nada tiene que ver  con la sociedad limitada que produce mobiliarios y fuentes auxiliares: el término lo acuñó Alejandrito, nuestro nieto habanero, una tarde en que fui a buscarlo al círculo infantil en San Agustín, La Lisa. Mientras duraban mis estancias habaneras, lo llevaba a uno de los modestos parques infantiles que hay en la zona.
Una tarde, una niña rogaba a su mamá que la dejara deslizarse por el tobogán, y la joven le explicaba que por ahora no era posible, porque la chica aun convalecía de una grave enfermedad.
Alejandrito oyó campanas, pero no supo dónde y habaneramente charlatán, presuntuoso exclamó: “Yo sí monto en el Tonogal”… desde entonces llamé a mi nieto de ese modo, y así el vocablo comenzó a formar parte de nuestra historia; eso fue hace poco más de un año ya el capitalino está al cumplir los cinco y estrenarse como alumno prescolar.
Diego, el cuarto nieto, aceptó el término, no sé si es que le parece armonioso,  eufónico o raro… lo cierto es que un día prometí llevarlo al Tonogal si se portaba bien y, cuando pudimos, su abuela y yo lo llevamos a un hotel de playa, sol y mar… todo eso que anuncian en la tele… aquello  fue locura.
Regresó relatando los pormenores de su viaje. Su primera impresión grata fue que lo dejáremos caminar y embarrarse de la arena clara, y llenar un camioncito de volteo y volver a vaciarlo innumerables veces.
Después fue una verdadera odisea entrarlo al mar, porque le cogió temor al “agua que viene” (las olas)  luego, cuando el tiempo se hacía poco, se fue acostumbrando.
Hoy añora los cangrejos, las aves canoras que  yo,  “Pipo” le explique como cantan y que allí interactúan con los humanos;  solo vive hablando de eso, del Tonogal y claro, los neófitos se quedan en la luna de Valencia como nos  decían las maestras  de primaria cuando no atendíamos  ni entendíamos  las lecciones.
Yudy, nuestra vecina, indagó: “…Aunque creo que lo saqué por el contexto ¿qué es el Tonogal ese que dice Diego?”, pues vive hablando de eso”. Solté la risa y le conté la historia.
A veces, cuando nos acostamos a sestear, me pide que conversemos del Tonogal, como hacía con Carmen, su abuelita,  cuando quería que yo le develara el misterio. Ahora dice que las “tres” cosas que más le gustan del Tonogal son: la papa (imaginen el buffet), el agua que viene, los barquitos, el jacuzzi y las distintas piscinas.
Él no conocía el mar, solo por fotos y las láminas que le enseñaban las seños del círculo; al llegar a nuestro alojamiento y ver un estanque lleno de peces de colores, preguntó: ¿esta es la playa?
 Así me hizo también mi hija mayor, Ariadna, cuando de pequeña quise llevarla por vez primera al cine y preguntó: ¿Y cómo es, un televisor con una mesita? Adelantándose así a las salas de video que luego se abrieron en todo el país.
Diego se expresa con una claridad asombrosa para sus dos años y nueve meses; solo que todavía permuta la erre por ele, como hacen los santiagueros, y conjuga los verbos muy a su manera: ¿Me vayo lejos? ¿Ya estó el arroz? (cuando solo falta ese plato para poder degustar su papa).
También hace sus aportes lingüísticos: cuando piensa que alguien lo va a agredir, dice: “Si me da, lo voy a apiñar”; o cuando juega con plastilina o ve machacar la carne, dice: “¿La estás aplatanando?”

Esta es la historia del Tonogal y mis pequeños nietos.

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