martes, 30 de agosto de 2016

El maleficio del plan jaba



Hace ya varias décadas surgió una de las más notorias iniciativas de beneficio popular, especialmente dedicada a la dama trabajadora y liderada por la Federación de Mujeres cubanas, de conjunto con las direcciones municipales de Comercio.
Era muy claro el propósito: que la mujer trabajadora  tuviera mayor facilidad y óptimo aprovechamiento del tiempo para realizar sus compras minoristas.

Obviamente, la referencia alude al denominado Plan jaba que tenía en sus inicios notable espíritu organizativo y práctico, aunque no exento de cierto idealismo por el exceso de confianza.
La idea era que la consumidora depositara su jaba en el establecimiento junto a la lista de productos que deseaba adquirir, al concluir su jornada laboral retornaba a la unidad recogía “los mandados” y pagaba.
Pasó el tiempo y afloraron incongruencias: a veces al recoger la bolsa alimentaria, no estaba lista, en  otras ocasiones los encargados de llenarla no fueron tan honestos como debieron, pellizcando aquí, arañando allá y la hermosa iniciativa  cayó en desuso o degeneró, como sucede ahora, que no siempre se traduce en beneficio.
Hoy la cola del plan jaba no solo duplica sino multiplica con creces la de la fila ordinaria, lo cual entorpece el despacho y si antes exigió breves minutos hoy  la espera puede  alargarse hasta lo indecible. Y no hablemos de lo que representa para los no beneficiados con la medida...
No podemos olvidar que el plan se fue perfeccionando y se extendía a ancianos solos, e incluso existe la preferencia explícita para quienes están imposibilitados para hacer una cola.
Pero tanto en uno como en otro caso, lo mismo viene a comprar una grácil adolescente, un chico de primaria o un musculoso muchachón que a veces traen dos o tres libretas irrespetando a quienes aguardan de manera disciplinada. “Hay que tener la cara dura”, riposta cualquiera de la cola; lo mismo sucede cuando alguien “sano y salvo” viene a comprar por la llamada cola de impedidos en flagrante violación de lo legislado por las asociaciones que agrupan a personas con discapacidades. En uno y otros casos, hay que tener una fuerte dosis de descaro.
La FMC sigue liderando el proceso, otorgando la condición cuando es merecida, pero toca a los propios consumidores exigir que se les respete; los comerciantes no pierden nada con revisar si la persona es acreedora o no del beneficio.
Sé que se han escrito quintales de cuartillas y millones de caracteres en torno al tema, pero  usos y abusos sigue preocupando, pues por ejemplo, un “planjabero” pide el último de la fila un domingo a cualquier hora; sabemos que hay entidades que tienen horario irregular incluso días festivos y feriados, pero no todas están en ese caso.
Hay que seguir insistiendo para que aquel beneficio inicial no se trueque en daño, en perjuicio.

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