Hace ya varias décadas
surgió una de las más notorias iniciativas de beneficio popular, especialmente
dedicada a la dama trabajadora y liderada por la Federación de Mujeres cubanas,
de conjunto con las direcciones municipales de Comercio.
Era muy claro el
propósito: que la mujer trabajadora tuviera
mayor facilidad y óptimo aprovechamiento del tiempo para realizar sus compras
minoristas.
Obviamente, la referencia alude
al denominado Plan jaba que tenía en sus inicios notable espíritu organizativo
y práctico, aunque no exento de cierto idealismo por el exceso de confianza.
La idea era que la
consumidora depositara su jaba en el establecimiento junto a la lista de
productos que deseaba adquirir, al concluir su jornada laboral retornaba a la
unidad recogía “los mandados” y pagaba.
Pasó el tiempo y afloraron
incongruencias: a veces al recoger la bolsa alimentaria, no estaba lista, en otras ocasiones los encargados de llenarla no
fueron tan honestos como debieron, pellizcando aquí, arañando allá y la hermosa
iniciativa cayó en desuso o degeneró,
como sucede ahora, que no siempre se traduce en beneficio.
Hoy la cola del plan jaba
no solo duplica sino multiplica con creces la de la fila ordinaria, lo cual
entorpece el despacho y si antes exigió breves minutos hoy la espera puede alargarse hasta lo indecible. Y no hablemos de
lo que representa para los no beneficiados con la medida...
No podemos olvidar que el
plan se fue perfeccionando y se extendía a ancianos solos, e incluso existe la
preferencia explícita para quienes están imposibilitados para hacer una cola.
Pero tanto en uno como en
otro caso, lo mismo viene a comprar una grácil adolescente, un chico de
primaria o un musculoso muchachón que a veces traen dos o tres libretas
irrespetando a quienes aguardan de manera disciplinada. “Hay que tener la cara
dura”, riposta cualquiera de la cola; lo mismo sucede cuando alguien “sano y
salvo” viene a comprar por la llamada cola de impedidos en flagrante violación
de lo legislado por las asociaciones que agrupan a personas con discapacidades.
En uno y otros casos, hay que tener una fuerte dosis de descaro.
La FMC sigue liderando el
proceso, otorgando la condición cuando es merecida, pero toca a los propios
consumidores exigir que se les respete; los comerciantes no pierden nada con
revisar si la persona es acreedora o no del beneficio.
Sé que se han escrito
quintales de cuartillas y millones de caracteres en torno al tema, pero usos y abusos sigue preocupando, pues por
ejemplo, un “planjabero” pide el último de la fila un domingo a cualquier hora;
sabemos que hay entidades que tienen horario irregular incluso días festivos y
feriados, pero no todas están en ese caso.
Hay que seguir insistiendo
para que aquel beneficio inicial no se trueque en daño, en perjuicio.
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