Quienes pensaron que el cambio de administración en la Casa Blanca traería aires renovadores a la política exterior norteamericana se equivocaron de forma rotunda.
Desde su asunción como cuadragésimo sexto presidente de EEUU, Joseph Biden firmó 17 esperados decretos con la pretensión de revertir las políticas de Donald Trump, en cuanto al cambio climático, la salida de la Organización Mundial de la Salud, la protección de migrantes, la gestión de la pandemia y la justicia racial en el país.
Ese hecho y su apariencia apacible llamaron a engaño, pero entendidos
en la materia saben que él pertenece al grupo de quienes hablan blandito y “obran” duro (si se entiende la metáfora).
Las sucesivas
administraciones norteamericanas demuestran
bastante inconsistencia en general,
ahora si se critica a Trump por altisonancias y desplantes, tampoco podemos perder de vista a este anciano con cara de buena gente, pero engañoso como esas tortas
en los potreros que “queman por
debajo”, según el decir campesino.
Muy pronto la violencia
del venerable anciano salió del closet: a mediados de febrero último ordenó un ataque
aéreo al este de Siria contra objetivos de la milicia pro-iraní como respuesta
a acciones hacia instalaciones estadounidenses en Irak… quien pueda acceder a
internet constatará que el lugar fue borrado del mapa.
Enseguida Joe, su gabinete
y amigotes, pretendieron legitimar la irrupción con el manido argumento de proteger a los
estadounidenses donde estén… “cuando se plantean amenazas, el mandatario se
arroga el derecho a tomar la acción cuando
y como elija”, dicen.
Ni cortos ni perezosos
medios occidentales de prensa justificaron la agresión con esas mismas “sólidas”
razones.
¡Clásico!
La irrupción representa una incontestable
violación de la soberanía e integridad territorial siria y del derecho internacional, en esa
región identificada como polvorín.
Biden actúa como Ruperto marcha atrás, pero para los costados, por ejemplo, dice una cosa buena para
los migrantes, después hace lo contrario, parece no saber en qué palo rascarse.
Ante nuevas oleadas en la
frontera, recula y pide:¡No vengan a EE. UU! Lo mismo hacía su antecesor Trump. ¿En qué quedamos?
Entre sus aventuras más
recientes llama asesino al presidente ruso Vladímir Putin, pero no sustenta sus
acusaciones, ni da el frente para sostener un debate en línea de cara a todo el
mundo, como pide el mandatario eslavo, por
algo será.
Y peor: cada vez que EEUU
hace imputaciones de este tipo detrás hay una agresión, una agresión, lo cual
se ha repetido de manera casi invariable desde el siglo XVIII hasta le fecha;
pero con Rusia el brinco es más corto y Biden lo sabe.
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