Con muchas horas de retraso supe la noticia del deceso
de nuestro colega Manuel Cabrera Sánchez, un holguinero que echó sus casi
últimas raíces pagaditas a la chimenea
del central Arquímides Colina y de allí solo la muerte pudo talarlas.
Aunque sabía de sus trabajos y aventuras por los
medios masivos de comunicación, ahora los veo retoñados por la memoria de algunos
colegas que como yo lo recuerdan con cariño y admiración.
Supe de sus
andanzas por toda la zona oriental y por su acompañamiento a destacados
dirigentes de la Revolución cubana e ilustres mandatarios extranjeros y
rememoré con mis camaradas las
asombrosas anécdotas como Corren ríos de petróleo en Mabay, Los búfalos
asesinos y muchísimos más.
Paro jamás pensé que la enciclopedia colaborativa
Ecured le reservara una biografía tan
extensa y contundente al estilo de los grandes del periodismo de este país.
Personalmente lo
conocí hace unas tres décadas atrás, en
la propia redacción del periódico La Demajagua, un sábado por la tarde cuando
había ido a entregar unos cuantos despachos, inclusive crónicas, que en papel
de libreta y con una letra descomunal, pero redonda y hermosa le permitían cumplir
su cometido como corresponsal voluntario nuestro.
Al momento me llamó la atención su voz peculiar, su
dicción entrecortada por una R particularmente realizada y que le negó
el contrato profesional con más de una emisora, pero advertí al hombre genuino
y sincero sin miedo a la verdad.
Después el trabajo me puso en más de un ocasión junto a él, en predios ajenos o en los suyos propios
de Mabay y Julia, donde tenía su residencia
junto a su amada Fefi; el hogar pstentaba retrato al óleo en la fachada, del
propio Manuel atrapado no sé por qué artista pero que captaba un gesto muy característico
suyo entre analítico y pícaro.
Siempre que llegaba un amigo lo convidaba con una copita,
por lo general rechazada, por encontrase uno en funciones de trabajo.
Era fanático de la revista informativa La Última,
conducida muy peculiarmente por la periodista Marisela Presa… una vez que quedó
sin trabajo, no sé si alquiló o compró
un carretón, lo pintó de amarillo y con sus negras letronas le fue poniendo en
los costado y el fondo frases que
identificaban ese informativo: “La Última, la niña linda del periodismo
granmense”, “Últimas en la última”,…
Quizás por eso se buscó caras serías y de pocos amigos cuando al carretón lo bautizó como La última y a la
yegua que de él tiraba la nombró…
Ese era, a grandísimos rasgos, Manuel Cabrera Sánchez que en verdad era nuestro amigo de siempre.
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